Resumen de los acontecimientos anteriores: Tras frustrar los planes de la Secta de la Lengua Sangrienta al volar por los aires la cima del Monte Kenia junto con la cúpula de la secta y el propio avatar de Nyarlathotep, los investigadores supervivientes se dirigen a Australia, siguiendo las escasas pistas que pudieron encontrar sobre el continente en Nueva York y Londres.
Personajes:
- Owen Rivers: un experimentado detective privado de la Agencia Continental. Fue contratado en Nueva York por la Fundación Jackson-Walker y está dispuesto a llegar hasta el fondo de este caso cueste lo que cueste. Los horrores recientemente contemplados en Kenia han hecho mella en su cordura, pero no en su determinación.
- Rita Harrington/Krueger: esta misteriosa, implacable y letal actriz alemana se unió al grupo en Londres para investigar y vengar la muerte de su marido, una de las víctimas de los asesinatos egipcios. A pesar de que su técnica interpretativa a menudo no resulta todo lo convincente que sería deseable, ha sido entrenada en algún tipo de arte marcial milenario del lejano oriente, y sus temibles patadas ya han acabado con la vida de más de un sectario.
- Michael Bishop: habiendo quedado su avión reducido a chatarra, este piloto y cazador británico decidió acompañar a sus clientes a África para buscar algún negocio que le permitiera salir adelante. Desde su primera semana en Kenia, lleva gafas de sol todo el tiempo y a menudo desaparece misteriosamente en medio de la noche, pero ha demostrado su férrea lealtad al grupo en cada ocasión que ha tenido.
- Doctor Hershel Layton: un adinerado profesor de Yale de origen británico, amigo personal del Dr. Jackson-Walker.
- Coronel Charles J. Willis: un oficial retirado del ejército americano, unido también por lazos de amistad al Dr. Jackson-Walker.
- Caroline Fern: psicóloga y estudiosa de lo paranormal ("parapsicóloga", como le gusta definirse a ella), hija de un viejo amigo del Dr. Jackson-Walker desaparecido hace años.
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Martes, 9 de junio de 1925 (Sidney)
Sehr geherte Herr Dr. Wiesel,
Los viajes en barco ya no son lo
que eran, desde que descubrí todo lo que realmente nos rodea, y vi morir a
tanta gente de formas horribles… Me pregunto si todos esos seres horribles no
habrán encontrado también un hueco en lo profundo de los océanos, y esperan
allí para alzarse y tragarse la civilización humana, tan avanzada como la
creemos. A veces creo que ni siquiera la disciplina que caracteriza a nuestra
raza podrá salvarme de la locura a la que mis compañeros anglosajones parecen
haber sucumbido ya: he oído al inglés gritar en sueños en su camarote durante
casi toda nuestra travesía, y el americano padece ataques de pánico cada vez
que sale de él.
Sea como sea, tras hacer escala
en Darwin, el pasado domingo llegamos multitudinario puerto de Sidney, en
Australia, a la caza de la enésima secta, en esta ocasión unos chalados adoradores
de murciélagos en lo profundo del desierto australiano. Tanto calor no les ha
debido sentar nada bien, aunque quizá seamos nosotros, los civilizados
occidentales, los que vivimos en la inopia. Allí nos han localizado tres nuevos
miembros, enviados desde América por la Fundación
Jackson-Walker. El Coronel Charles Willis,
al parecer un reputado militar de esa nación todavía en pañales; la joven y
poco agraciada señorita Caroline Fern, especialista en psicología y que gusta
de referirse a si misma como Doctora, a pesar de que claramente carece de tal
distinción, y un afamado arqueólogo inglés, Herschel Layton. No me gustaría
menospreciar a estos nuevos “compañeros”, pero me parece que estarían mejor
resolviendo crucigramas en un pueblo de la campiña inglesa, que en medio del
desierto cazando sectarios y quién sabe qué más…
Casi sin tiempo para descansar
hemos acudido a la universidad en busca del Doctor Anthony Cowles, quien al
parecer dio una charla a principios de año en Estados Unidos a raíz de la cual
hemos acabado en este lugar inhóspito y lleno de delincuentes. Al menos hemos
dejado atrás a esos árabes de tez cetrina y mirada suspicaz.
El Doctor Cowles no se encontraba
en su despacho, parece que todavía no ha regresado de los Estados Unidos. Nos
han dado el teléfono de su asistente, el Doctor David Dodge, que se encarga de
sus asuntos durante su ausencia. Con un poco de suerte, sabrá algo de esa secta
que se esconde en el desierto y nos podrá orientar.
El lunes quedamos con el Doctor Dodge,
que al parece ha tenido un efecto de lo más interesante en la señorita Fern, que
se comporta como una gata en celo cuando está delante del joven Doctor. Una
gata escuchimizada y despeinada, eso sí. Disculpe, Herr Doktor, mi mente
discurre últimamente por unos derroteros nada directos, esta investigación está
afectando a mis nervios.
Incluyo una fotografía del Doctor Dodge extraída de un anuario de su universidad |
Como le decía, el Doctor Dodge
nos recibió en el despacho del Dr. Cowles. Al contarle lo que sabíamos sobre la
secta del Padre de todos los Murciélagos, también conocido como el Murciélago
de Arena, nos miraba como si fuéramos unos locos; está claro que el Dr. Cowles
no confía en su asistente tanto como éste desearía. Eso sí, las historias sobre
una ciudad olvidada en medio del desierto profundo ha despertado su interés, y
nos ha permitido revisar el despacho de su mentor, sin muchos miramientos, y también
nos ha facilitado el acceso a la biblioteca. En el despacho hemos encontrado un
pequeño diario, manuscrito, de un tal Doctor McWhirr, un explorador australiano
que en 1921, siguiendo algún tipo de leyenda local y los apuntes de un
topógrafo de nombre misterioso (tan sólo hemos encontrado la inicial de su
apellido, “L”), se adentró en el desierto australiano en busca de una ciudad
misteriosa, partiendo del pueblucho de Cuncudgerie. Según lo que hemos
averiguado, tras varios días en el desierto, en los que murieron varios
miembros de la expedición de forma misteriosa, como si les hubieran disparado
un chorro de arena (ya empiezo a temer a lo que nos enfrentaremos, y todavía no
hemos salido hacía allá), llegaron a un punto entre el Manantial de Joanna y el
Pozo de la Separación.
En medio de la nada, lo que sorprende y mucho al Doctor
Dodge, encontraron los restos de una ciudad de al menos diez mil años de
antigüedad. Yo pensaba que en aquella época aquí no habría más que bárbaros en
taparrabos y serpientes venenosas, pero parece ser que no podemos fiarnos de
las ideas que nos han inculcado nuestros mayores.
Sea como fuere, el Doctor McWhirr
regresó a la civilización tras sufrir numerosos ataques de los aborígenes (a
los que llama despectivamente “kooríes”); si un pobre australiano logró
sobrevivir, empiezo a pensar que no todo será tan difícil esta vez.
Tras el curioso descubrimiento,
pedimos al Doctor Dodge permiso para proseguir nuestra investigación en la casa
del Doctor Cowles, mientras la
señorita Fern permanecía atrás (pobre, pude ver la tristeza
en su cara cuando le dijimos que no venía a la casa con nosotros) para
investigar en la biblioteca de la Universidad. Lo cierto es que la joven podrá no
ser muy agraciada, pero ha resultado ser un ratón de biblioteca de lo más
activo, y consiguió encontrar numerosas referencias a las leyendas locales
sobre el Murciélago de Arena (según Bishop, el árabe loco que escribió ese
libro que lleva a todas partes lo identifica como otro avatar de ese gran mal
llamado Nyarlathotep). Al parecer, esa criatura y otra deidad local, la Serpiente
del Arcoiris, una criatura del agua, son enemigos acérrimos, y provienen de
algo llamado la Era de los Sueños. Al Murciélago de Arena se le define como un
horror surgido del tiempo y que surge de una cueva del cielo en forma de
tormenta de arena. Es una criatura de oscuridad a la que daña la luz y que
permite a sus seguidores “ver en la oscuridad sin ver”, algo conocido como la
“visión que no es visión”. Gott mit uns! Espero que no nos encontremos ahora
con locos sin ojos armados con palos, tiene que haber un límite a la locura que
nos rodea…
Al parecer, el Murciélago de
Arena aparece en las leyendas de varias tribus aborígenes. Los Gadjujara le
conocen como Ala Oscura, y los Bindubi como Comedor de Caras, nombres
halagüeños... Ambas tribus adoran a la Serpiente Arcoiris,
por lo que son enemigo jurado de los seguidores del Murciélago de Arena, que
aunque desaparecieron hace siglos eran conocidos por realizar sacrificios
humanos armados con unos garrotes repletos de dientes de murciélago untados con
veneno de serpiente. La
señorita Fern dijo que en algunos libros se decía que estaban
untados de bonobos, pero eso me parece ya demasiado extraño, espero no tener
que luchar con un montón de monos armados con garrotes...
En la casa del Doctor Cowles,
tras poner patas arriba media vivienda localizamos la carta que acompañaba al
diario de McWhirr, enviada por un ingeniero de Port Hedland llamado Robert B.
McKenzie, al parecer amigo de Cowles y Dodge. Habla de una serie de fotos, pero
Cowles debió llevárselas a los Estados Unidos, porque no hay ni rastro de
ellas. La señorita Fern
se nos unió en la casa, pero ya era tarde y no pudo disfrutar de la compañía
del joven Dodge, aunque no dejaba de insinuarse. En ocasiones me recuerda a mí
misma de joven, esa insistencia me granjeó grandes amistades… claro que en mi
caso la insistencia y la facilidad para convencer al sexo opuesto van de la
mano con una gran belleza, si se me permite la falta de humildad.
El 9 de junio volvimos a ver al
Doctor Dodge para confirmarle nuestra intención de seguir lo pasos de McWhirr y
adentrarnos en el desierto en busca de la ciudad fantasma. Pobre de él, cuando
descubra que, ciudad o no, lo que nos espera en el desierto es con toda
probabilidad letal. El 24 de junio nos veremos en Port Hedland, y de allí al
interior.
Cerrado ese tema, Rivers y el
Coronel Willis se acercaron a la hemeroteca. El
Profesor Layton, la joven Fern y yo misma decidimos investigar el
Museo Australiano, donde merced al buen nombre del Doctor Layton nos recibió el
propio Director del Museo, el Doctor Bruce Morrison. Curiosamente, sacamos la
misma información tanto de la hemeroteca como del Museo Australiano: el señor
McWhirr murió en 1922, semanas antes de presentar en sociedad sus
descubrimientos. Al parecer los buitres de la comunidad científica tardaron
poco en lanzarse sobre su cadáver y desprestigiar su investigación (aunque el
prestigio de un maleante australiano no debía ser muy alto para empezar), y por
ello apenas ha llegado al gran público occidental alguna noticia sobre lo que
esconde el gran desierto australiano. Lo único que sacamos en claro es que los
adoradores del Murciélago de Arena utilizan una marca peculiar, que intentaré
reproducir:
El Doctor Morrison también nos
indicó un nuevo lugar donde proseguir nuestra investigación, la Galería Nacional de Arte.
Aunque en su momento me sonó extraño, puesto que la
Pinacoteca de un lugar como Sidney dudaba mucho que guardara grandes obras, lo
cierto es que me equivocaba, o al menos parcialmente. Efectivamente, como
pinacoteca es paupérrima (no le recomiendo a un hombre de su gusto y buen hacer
visitarla, desde luego) pero lo cierto es que contaban con una muestra de arte
aborigen de lo más interesante. Tras un pequeño desliz (he de decir que no es
mi culpa que esos anglosajones utilicen palabras tan complicadas, si se
expresaran en una lengua más sencilla, como nuestro amado alemán, no habría
tenido que preguntar por un hombre recientemente fallecido) el Coronel Willis
consiguió que nos enseñaran la muestra, y entre numerosos grabados primitivos
encontramos uno que representaba un sacrificio realizado por seguidores del
Padre de todos los Murciélagos; mejor aún, junto al símbolo que ya conocíamos, encontramos
una segunda marca distintiva, alguna clase de espiral. Supongo que
encontraremos alguna utilidad a todas estas pistas en algún momento, aunque no
creo que estos sectarios locos vayan por ahí dibujando su símbolo en las
paredes…
Dentro de dos días partimos de
nuevo hacia Darwin, antes de dirigirnos hacia Port Hedland al encuentro del Dr.
Dodge. Al parecer el difunto Rupert y el detective Rivers descubrieron en la Fundación Penhew
registros de envíos realizados desde un almacén en Darwin, y nos gustaría saber
qué más pueden tener ahí dentro. Le informaré una vez lleguemos allí.
Mit freundlichen Grüßen,
Maria Fredersen
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Miércoles, 16 junio 1925 (Darwin)
Mein Gott, Herr Dr. Wiesel, no
creerá lo que tengo que decirle. Por fin he terminado de comprender lo que dice
ese libro terrible, terribilísimo, que mis compañeros tuvieron la decencia de
dejarme leer (quizá ayudase el que sea la única persona del grupo con mínimos
conocimientos de francés, pero aún así), y lo que he descubierto puede suponer
un cambio de rumbo para nuestro futuro, el suyo, el mío, el de la gran nación
germana…
Ahora no puedo entretenerme
demasiado, pero en estas páginas hay hechizos, ¡hechizos! Magia negra, de una
época anterior a Thule, Hyboria y otras leyendas de nuestros padres teutones,
cuando los hombres eran niños sobre la faz de la tierra y otras criaturas,
terribles y poderosas, se cernían sobre nosotros. Le recomiendo que busque un
libro, el Liber Ivonis en su original latino, o Livre d’Ivon, en francés; lo
que allí encontrará sin duda le hará descubrir una nueva visión de nuestro
pasado, y abrirá el camino a un brillante futuro… Yo haré lo posible por
transcribir los fragmentos que llevo encima, para poder compartirlos con usted.
Me desvío, disculpe. Ayer por la
mañana llegamos a Darwin, y no bien habíamos encontrado un hotel, decidimos
acercarnos al puerto para curiosear el almacén del que habían partido los
envíos hacia Londres. Ésta es una ciudad multitudinaria, pese a su tamaño, y
gran parte de su masa humana se concentra en el puerto, por lo que a la luz del
día no nos atrevimos a acercarnos demasiado; para ser un lugar desde el que
salen terribles envíos a medio mundo, en todo caso, esperaba algo más del
local, y no un mero muelle de carga con madera medio podrida…
Por la noche el buen Bishop, el
Coronel Willis y yo misma decidimos acercarnos de nuevo, y viendo la
oportunidad, pues no había ni un alma a la vista, decidimos acercarnos
directamente por la dársena, evitando las luces de la calle. A primera vista parecía
desierto, y numerosas cajas aguardaban a ser cargadas en los barcos que las
llevarían al otro lado del globo. Nos adentramos en la construcción tras un
breve forcejeo con la puerta, para encontrar una nave repleta de cajas. Al
principio desesperamos, pensando que no encontraríamos nada entre tanta
mercancía, pero afortunadamente había un libro registro no demasiado bien
guardado en un cajón de la única mesa a la vista. A veces creo que Dios quiere que llevemos
nuestra odisea a buen puerto, y otras… creo que otras veces tengo que admitir
que si hay algún Dios, probablemente sea una criatura horrible y blasfema que
quiere acabar con toda la vida en la tierra.
El libro registro estaba repleto
de albaranes de entrega, y rápidamente descubrí que varios envíos estaban
marcados con el símbolo del Murciélago: envíos a Importaciones Fong en
Shanghai, a la
Fundación Penhew en Londres, y curiosamente, envíos a un tal
“Mortimer Wycroft” de Cuncudgerie. Al parecer esos envíos se cobran al doble de
la tarifa habitual, así que puede imaginarse que esas cajas no albergan nada
bueno. Varios envíos todavía se encontraban en el almacén, según los albaranes,
así que nos dispusimos a encontrarlos, cuando un grupo de borrachos hizo acto
de presencia. El alcohol embotaba sus sentidos, sin embargo, así que logramos escondernos
mientras rebuscaban entre las cajas y rapiñaban unas cajas de whisky barato.
Benditos borrachos, he de decir…
Tras un breve registro, y con los
borrachos ya a una buena distancia, Bishop encontró una caja dirigida a
Shanghai, que contenía un extraño artefacto (algo que Bishop llamó un “aparato
de inspección cercana yithiano”, sea lo que sea eso) junto con una carta
firmada por un tal “R.H.” Son unas iniciales que me llaman la atención, pero no
consigo relacionarlas… También descubrimos una caja dirigida a la fundación Penhew,
por desgracia; por desgracia, digo, porque contenía una talla repugnante, una
imagen traída de un infierno fuera del alcance de la imaginación de los buenos
cristianos, nacida de los sueños de un loco indigente mental… Con la cordura
embotada por tan asquerosa imagen, decidimos que sólo hay una clase de sectario
bueno: el sectario muerto, o en su defecto, el sectario arruinado, así que
decidimos poner fin a aquella operación que distribuía por mercados de todo el
mundo esa mercancía infernal.
Adjunto una instantánea del artefacto encontrado por Bishop |
Con las llamas lamiendo las
paredes del almacén y alzándose hacia el cielo, casi pudimos sentir un peso
dejar nuestros corazones. A veces la justicia prevalece, y las malas acciones
tienen su castigo. El extraño ídolo vino con nosotros, para ser objeto de una
venganza algo más particular. Tras varios minutos de golpes, la figura yacía
desfigurada y astillada a nuestros pies, presta para ser pasto de las llamas,
aunque esperaremos a mañana. Primero, que los servidores de Nyarlathotep y sus
mil caras sepan lo que les espera; ya habrá tiempo para hacer arder sus
asquerosos ídolos.
En todo caso, no nos queda mucho
tiempo en Darwin. En unos días, nos dirigiremos a Port Hedland, para desde allí
dirigirnos al interior, hacia Cuncudgerie y lo que quiera que esconda el
desierto australiano.
Cada vez veo más lejano el día en
que regrese a un lugar tranquilo y cuerdo, si es que quedan tales lugares en
este mundo. Si no regreso, espero que mis escritos le ayuden a usted y a
nuestra querida tierra a encontrar para la humanidad un futuro en el que no
tengamos que retroceder aterrorizados ante los terribles secretos que esconde
la oscuridad.
Mit freundlichen Grüßen,
Maria Fredersen
Gracias a William por el texto.
ResponderEliminarEstoy a la espera de más cronicas de Australia :D
ResponderEliminar¡Hombre, gracias! Siempre es grato saber que la gente sigue el blog.
ResponderEliminarLa verdad es que la partida está parada ahora mismo por causas... geográficas (estoy fuera de España durante unos meses por motivos laborales), pero aun tengo un par de crónicas por subir y alguna otra entrada en el tintero, así que iré actualizando esto en los ratos libres que tenga.