Para la crónica de la última sesión
de Egipto, contamos con algunos extractos del diario de la Doctora Zimmerman (¡gracias, Sandra!).
Como son un poco largos, los dividiré en dos partes.
El Cairo, 14
de abril de 1925
[...]
En aquel
estrecho y elevado pasillo seguimos combatiendo, hasta que las últimas
criaturas cayeron al suelo. Todo quedó tranquilo, pero entonces, desde la
oscuridad, se oyeron más sonidos animales que apenas podía identificar; sus
siluetas avanzaban hacia nosotros, debía de haber una veintena de criaturas, y
nosotros éramos muchos menos y algunos gravemente heridos. Bishop sacó una
bolsa con granadas y empezó a gritar que las tiráramos. Eso hicimos, y durante
lo que parecieron horas sólo se oían explosiones y chillidos animales.
Finalmente, llegaron a la escalinata algunas criaturas, heridas, a las que
abatimos con disparos y cimitarras, en el caso de los Mamelucos.
Rápidamente
bajamos a la sala, donde registramos a los cultistas y les quitamos las armas de
fuego, ya que probablemente no sean útiles en el futuro y es mejor para
nosotros que ellos no las tengan (aunque vista la facilidad de Michael para
conseguir armas en el bazar, no creo que tengan dificultades en reponerlas). Y
allí, destrozado por las granadas, se encontraba el sarcófago de Nitocris. Un
auténtico sarcófago del Imperio Antiguo, que contenía nada menos que la momia
de la reina Nitocris, descrita por Heródoto y de quien muchos estudiosos
pensaban que se trataba de sólo una leyenda, la primera reina conocida del
mundo. A simple vista parecía conservarse prácticamente intacta, mientras que
el sarcófago en el que se encontraba había sufrido graves daños. Sin embargo,
los Mamelucos me sacaron de mis meditaciones bruscamente, al coger el cuerpo de
la reina y llevárselo mientras gritaban en árabe que nos diéramos prisa. Tenían
razón, en cualquier momento podían aparecer más criaturas, además teníamos
muchos heridos que requerían atención médica urgente y sin embargo ahí estaba
yo, examinando el sarcófago como si no hubieran intentado matarme en esa misma
sala hacía tan solo unos minutos.
Salimos de
la pirámide lo más deprisa que pudimos, y ya hacía el final pude oír cómo nos
perseguían, pero escapamos a tiempo. De vuelta al Cairo, en la Mezquita de Ibn
Tulun, nos recibieron como héroes, aunque evidentemente apenados al escuchar la
noticia de la muerte de Efti.
Acordamos
que la momia sería devuelta a las autoridades y expuesta en el Museo, y
nosotros custodiaríamos el cinturón. Pero antes, Michael probó mi idea de los
cuchillos, haciendo palanca con uno de ellos entre los eslabones dorados.
¡Funcionó! Los Hijos de los Mamelucos estallaron en gritos de júbilo, la
resurrección de Nitocris es ya imposible. En agradecimiento por recuperar el
cuerpo y destruir el cinturón, nos regalaron la espada mágica de Akmallah, aún
no sabemos cómo funciona exactamente, pero parece que es capaz de infringir
daño a criaturas poderosas que son inmunes a las armas comunes.
Antes de
volver al hotel fuimos al hospital a llevar a Owens, todavía inconsciente,
aunque vivo, y a Rita, que han quedado hospitalizados. Michael pidió que le
cambiaran los vendajes, y a pesar de que los médicos parecían alarmados al
recibir tantos heridos por armas de fuego, los Mamelucos nos han asegurado que
tienen hermanos en la policía que evitarán que nos hagan preguntas.
Me hubiera
gustado examinar a dónde llevaban todos esos caminos sin explorar bajo la
pirámide, ¿qué misterios ocultarán? En cualquier caso, hemos librado a Egipto
de la amenaza de Nitocris y hemos recuperado su momia para el Museo, nos
merecemos unos días de descanso.
Hace un rato
he ido a hablar con el Dr. Foley de algunas preocupaciones que me han surgido
al leer ese libro, el Al Azif, y la verdad es que me ha tranquilizado bastante.
Bishop ya ha
vuelto de ver a Rita y a Owens en el hospital, parece que se van a recuperar,
aunque tardarán varias semanas, tiempo del que no estoy segura de que
dispongamos. Owens está consciente y quiere que mañana vayan Rita y el doctor a
ver a Omar Shakti, acudiendo a la cita que tenían prevista con él. Yo les he
avisado de que me parece una mala idea, Gavigan sabía de nuestras intenciones y
no sería raro pensar que Omar ya sabe quiénes somos y qué estamos haciendo.
Probablemente sea una trampa.
Si después
de comer nos da tiempo, a lo mejor intento ir con el Padre Mateo y con Michael
a Dashur, a ver las pirámides que construyó Seneferu, el primer faraón de la IV
dinastía. En teoría allí está enterrado el Faraón Negro, bajo la Pirámide Acodada,
y bajo la Pirámide Roja reposa también el propio Senefuru, el héroe que salvó
Egipto ayudado por la diosa Isis. Tengo la corazonada de que dejó algún tipo de
pista de cómo lo hizo, que pueda ayudarnos en nuestra misión.
El Cairo, 14
de abril de 1925
¡No puedo
esperar a mañana! Debo escribir lo que he vivido hoy antes de que se me olvide
ningún detalle. Pensé que la visita a Dashur nos daría alguna pista, pero ¡cómo
podía imaginar lo que íbamos a encontrar allí!
Emprendí el
viaje a Dashur con el padre Mateo y Michael; al llegar decidimos empezar
nuestras investigaciones en la Pirámide Acodada. La puerta oeste parecía poco
vigilada, así que retiramos unos tablones y entramos por allí. Un pasillo largo
y sencillo, sin decoración, nos condujo hasta una sala también sobria, vacía,
excepto por dos columnas de alabastro de apariencia muy sólida. Después de
observarlas con detenimiento encontramos una entrada secreta, con unas
escaleras de caracol ascendentes. En lo alto, un arco decorado con extrañas figuras
daba paso a una gran sala, en la que se encontraban seis braseros con joyas
incrustadas de un tamaño que nunca antes había visto y un trono que, incluso
ahora al recordarlo, me da escalofríos de terror. Las paredes estaban repletas
de inscripciones y dibujos que apenas llegaba a comprender, y agradecí en esos
momentos llevar mis útiles de arqueología para calcar los relieves de la
habitación, mientras intentábamos averiguar su significado. Uno de los dibujos
era un mapa estelar, y que según dijo el Padre Mateo, marcaba el día 14 de
enero de 1926. Otro dibujo era claramente un mapamundi sin el continente
americano, en el que tres localizaciones aparecían marcadas con piedras
preciosas: algún lugar de Kenya, otro en el océano Pacífico y otro en Australia,
pero el mapa no era tan detallado como para saber qué sitios exactos son.
Después de
copiar todas las inscripciones decidimos marcharnos, ya que aunque por primera
vez no habíamos sido recibidos por cultistas o monstruos, no terminábamos de
sentirnos seguros allí. En el momento en el que íbamos a atravesar el arco,
éste se cerró con un muro de piedra, los braseros se encendieron y empezó a
sonar una terrible música. Al volver la vista hacia atrás, vimos sobre el
trono, sonriendo malévolamente, al mismísimo Faraón Negro, exactamente igual
que lo recordaba del busto que encontramos en la Mansión Misr. A ambos lados
del trono el aire oscilaba de forma irreal, estaba petrificada por el miedo,
¿qué podíamos hacer nosotros tres contra un dios?
El Faraón
Negro empezó a hablar, y tal y como temía, estaba muy enfadado. En primer
lugar, porque hace sólo unas hora que hemos destruido el cinturón de la Reina
Nitocris, y con él, la posibilidad de traer a su espíritu de vuelta. ¡La bella
Nitocris, decía! Parecía lamentarse, incluso... Apenas podía prestar atención a
los insultos que nos dirigía, pues parecía claro que nos iba a matar en
cualquier momento. Y de su mano surgió un rayo que alcanzó al padre Mateo, pude
escuchar sus gritos de agonía mientras su piel y sus músculos se derretían
hasta los huesos. Y lo peor de todo, es que... Cómo me cuesta escribir esto. Lo
peor de todo es que me alegré. Me alegré de no ser yo la que había sufrido esa
horrible muerte, de seguir con vida y de tener una oportunidad de salir de allí.
Michael empezó a gritar, pero yo intenté calmarme y pensar. El Faraón Negro
estaba jugando con nosotros, pero, ¿teníamos alguna posibilidad?
Después de
disparar aquel rayo, el Faraón continuó hablando. Una vida por la muerte
definitiva de Nitocris, parecía. Él quería que fuéramos a la Pirámide Acodada
para hablar con nosotros y darnos un mensaje, pero el ultraje contra Nitocris
no podía quedar sin castigo. Ahí comprendí que no iba a matarnos, al menos de
momento.bi Su mensaje fue que abandonáramos nuestra misión, pues no teníamos
ninguna posibilidad contra él. Después de ver de lo que es capaz, yo también
creo que en un enfrentamiento directo no podríamos derrotarle, sin embargo...
El Faraón
continuó hablando, nos dijo que había masacrado a la expedición Carlyle, y que
el mismo destino sufriremos nosotros si intentamos detenerle. En ese momento
mostró en el aire unas horribles imágenes en las que los miembros de la
expedición eran devorados por criaturas; Michael no pudo seguir aguantando y se
lanzó contra el muro de piedra, golpeándolo con los puños y gritando. Sólo
quedo yo frente al Faraón Negro. Me habla directamente a mí. Me dice que
abandone, que viva mis últimos días feliz antes de que llegue el Fin, ya que
éste llegará de forma inevitable. O, que si quiero intentar pararlo desde el
principio, me da una oportunidad. En ese momento abrió un portal, y dentro de
él pude observar un mercado del Antiguo Egipto, rebosante de vida. “Es Egipto
antes de mi llegada”, me dijo, y añadió que, si iba, tendría una oportunidad de
detenerle antes de que llegue. Y todo para divertirse un poco más.
No negaré
que pensé en ir, y también me avergüenza plasmar aquí que la curiosidad por
conocer el Egipto de la Tercera Dinastía era apremiante, pero, seamos sinceros,
¿cómo iba a volver? Quedaría atrapada hace casi cinco mil años. Ni siquiera
tengo buenos conocimientos sobre escritura jeroglífica...
El portal se
cerró, y perdí mi oportunidad; es decir, me salvé. Porque indudablemente era
otra trampa del Faraón Negro. Tras cerrar el portal, se rio una vez más y dijo
que nos fuéramos a nuestras casas, que nada podíamos hacer contra su poder. Y
desapareció. Los braseros se apagaron y el muro de piedra que impedía el paso a
través del arco se deslizó, dejando libre el paso. Michael me empujó fuera de
la sala y me obligó a salir corriendo, mientras gritaba que nunca más volvería
a entrar en una pirámide. No le culpo. Durante el viaje de vuelta me confesó
que le parecía buena idea volver a casa y olvidarse de esa pesadilla, y que la
única razón por la que se quedaba era porque sentía que tenía una misión,
luchar contra el mal con la espada mágica que le habían otorgado los Mamelucos.
Todos seguíamos en aquella locura por una razón, pero... ¿Tengo claro cuál es
la mía?
[...]
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