miércoles, 24 de julio de 2013

Crónica. Capítulo 4: Kenia. Sesión 2: el Gran Bundari

Jueves 23 de Abril de 1925

Mientras Van Heuvelen termina de estudiar el hechizo para contactar con Bastet para tratar de devolverle la vista a  Bishop, el detective Rivers decide regresar a la estación en busca del jardinero Sam Mariga. Éste asegura no saber mucho sobre el final de la Expedición Carlyle. Él había ido de visita a su aldea natal, Nvodu, y allí oyó que se había producido una masacre y que los cuerpos despedazados de las víctimas permanecían en el lugar, intactos por los carroñeros. A su regreso a Nairobi, se lo comunicó a las autoridades británicas, que acudieron a investigar la zona, que ahora los nativos llaman las Tierras Corrompidas. Recomienda al detective que vaya a las oficinas de la Asociación Central Kikuyu hable con el señor Johnstone Kenyatta, que sabe mucho de todo cuanto pasa en Kenia, incluyendo los sucesos más oscuros y esotéricos.

Esa misma noche, la doctora, el holandés y el piloto acuden a un vertedero del barrio negro de Nairobi para invocar de nuevo a Bast. El ritual requiere un sacrificio, y tras algunos torpes intentos de cazar una rata, Van Heuvelen decide pagar a un pordiosero, que le trae un pájaro enfermo. La ofrenda no complace mucho a la diosa, como tampoco lo hace la presencia del holandés que robó sus papiros, pero finalmente accede a devolverle la vista a Bishop a cambio de su promesa de hacerle una ofrenda cada noche de luna nueva y no volver a dañar a ningún felino. Como Bast tiene un extraño sentido del humor, los investigadores pronto se percatan de que le ha dado a Bishop ojos de felino, lo cual es una ventaja en la oscuridad, pero un problema considerable para las relaciones sociales.

Viernes 24 de Abril de 1925

Por la mañana, los investigadores se dirigen a las oficinas de la Asociación Central Kikuyu, en el barrio negro, donde los recibe Johnstone Kenyatta. Éste, un hombre culto, de buenos modales y vestido al estilo occidental, les recibe con amabilidad, pero antes de revelar ninguna información, les interroga sobre el motivo de sus investigaciones y su relación con Jackson Elias, cuya muerte lamenta, aunque no parezca sorprenderle mucho.

Kenyatta es de la opinión de que la Expedición Carlyle se dirigía a la Montaña del Viento Negro, también llamada Monte Kere-Nyaga, o Monte Kenya, para los europeos. En esa montaña se ha instalado y hecho fuerte en los últimos años la Secta de la Lengua Sangrienta, liderada por la cruel hechicera M'Weru, que tiene aterrorizados a los nativos de las aldeas cercanas y sin duda dio muerte a la expedición con sus artes oscuras.

Dice no poder ayudarles mucho más, pero conoce a un hombre que sí que podría. No se lo presentó a Elias porque pensó que él ya estaba condenado, pero cree que a ellos aun les quedan grandes victorias por conseguir, o quizá terribles fracasos por experimentar. Los investigadores se muestran interesados por conocer a este contacto de Kenyatta, y él sale de la habitación para arreglarlo todo. Durante unos eternos minutos, los investigadores esperan su regreso, temiento que les haya tendido una trampa y recordando el gran error que cometieron en Londres, al confiar ciegamente en Edward Gavigan, pero finalmente el activista regresa y les dice que fuera les espera un hombre que les guiará hasta una puerta pintada de amarillo que deberán cruzar. Se despide estrechando la mano de cada investigador.

Aun suspicaces, los investigadores siguen al guía hasta un Rolls Royce amarillo, en el que salen de Naoirobi para ir a una aldea no muy lejana. El conductor se baja y hace esperar a los investigadores en el coche mientras discute con un joven. Finalmente, cuando parece que el joven está convencido, el conductor les hace señas para que se acerquen.
Okomu

El joven se presenta como Okomu, y dice ser el enlace del Gran Bundari en este plano de existencia. La mente de su maestro está ahora en otros planos, por lo que deberán esperar a que vuelva para poder hablar con él, así que antes de entrar en su cabaña les advierte que no hagan ruido, porque podrían alterar el tránsito del alma de Bundari haciendo que se pierda para siempre entre los planos.

En el interior de la cabaña, el viejo Bundari está sumido en un trance profundo, y Okomu les ofrece algunos frutos secos para comer mientras esperan. El chamán tarda la friolera de doce horas en volver a la Tierra, y cuando lo hace saluda a los investigadores por su nombre uno por uno, regalándoles revelaciones sobre su pasado, presente o futuro, y algún consejo.

El Gran Bundari ofrece su espantamoscas a los investigadores


Hablando siempre a través de Okomu (puesto que él no habla inglés), Bundari confirma la versión de Kenyatta y añade que la hechicera M'Weru llegó a la montaña hace unos pocos años. Cuando se le pregunta por la muerte de la expedición Carlyle, dice que no sabe qué ha sido del resto, pero que siente que al menos uno de sus miembros sigue en África, vivo.

No puede ayudar mucho a los investigadores, que están decididos a partir hacia el monte del Viento Negro, pero les da un par de regalos que les ayudarán en su misión: un espanta moscas "para encontrar y defenderse del mal" y una cajita de madera que contiene un camaleón de tres cuernos al que él llama su "amiga" y que dice que puede ayudarles sólo una vez, pero no contra la magia. Sólo tienen que abrirla y dejarla suelta, pero deben recordar alimentarla bien cada día con moscas. Una vez entregados los regalos, el chamán despide a sus visitantes.

El extraño reptil regalado por Bundari



Dado que ni Bundari ni Okomu parecen dispuestos a acompañarles, los investigadores preguntan a éste último quién puede guiarles hasta el monte, y él les recomienda hablar con el jardinero Sam Mariga. El tiempo corre en su contra, y así que nuestros héroes se dirigen de vuelta a Nairobi para preparar su expedición.

miércoles, 19 de junio de 2013

Crónica. Capítulo 4: Kenia. Sesión 1: en el ferrocarril de Uganda

Personajes:
  • Dr. Cole Fowley: un anciano y adinerado psiquiatra neoyorkino. Viejo amigo del Dr. Jackson-Walker, es el actual cabecilla de la expedición. Pese a ser un excelente médico, últimamente se ha mostrado algo ausente y despistado. Quizás la edad, o los horrores a los que se enfrenta, empiezan a nublar su mente antaño preclara.
  • Owen Rivers: un experimentado detective privado de la Agencia Continental. Fue contratado en Nueva York por la Fundación Jackson-Walker y está dispuesto a llegar hasta el fondo de este caso cueste lo que cueste. Estuvo a punto de perder la vida en Egipto, pero eso no ha hecho más que aumentar sus ansias de desbaratar los planes de sus enemigos.
  • Dra. Elizabeth Zimmerman: una prestigiosa arqueóloga e historiadora de la Universidad Miskatonic, también contratada por la Fundación en Nueva York. Sus conocimientos de Historia y Arqueología y su gran habilidad para desenvolverse en una biblioteca son de un valor inestimable para el grupo, como quizás lo sean en el futuro los conocimientos mágicos que ha estado adquiriendo de sus lecturas.
  • Rita Harrington/Krueger: esta misteriosa, implacable y letal actriz alemana se unió al grupo en Londres para investigar y vengar la muerte de su marido, una de las víctimas de los asesinatos egipcios. Entrenada en algún tipo de arte marcial milenario del lejano oriente, sus temibles patadas ya han acabado con la vida de más de un sectario.
  • Michael Bishop: habiendo quedado su avión reducido a chatarra, este piloto y cazador británico decidió acompañar a sus clientes a África para buscar algún negocio que le permitiera salir adelante. Tras descubrir en Egipto el peligro que suponen los adoradores de Nyarlathotep, se ha entregado totalmente a la misión de destruirlos.
  • Janwillem Vanheuvelen: el arqueólogo alcohólico despedido de la Expedición Clive ha accedido a acompañar a los investigadores (con la falsa creencia de que éstos también trabajan para la Fundación Penhew) al menos hasta que termine de trasladar la parte que pudo traducir de los Ritos Negros de Luve-Keraph del neerlandés al inglés. Teniendo en cuenta que no tiene un sólo penique, no está muy claro adónde irá después.

Martes 21 de Abril de 1925

Tras varios días de viaje y una escala en Adén, el barco de los investigadores atraca en el puerto de Mombasa. Se trata de una ciudad árabe en cuyo puerto pueden verse más blancos y "morenos" (árabes e hindúes) que negros. Mientras la mitad del grupo va a buscar un hotel en el que alojarse, la otra mitad decide no perder el tiempo e ir a buscar el almacén del exportador Aja Singh, cuyo nombre obtuvieron en Nueva York.

En el almacén, un negro musculoso y malencarado y un encargado árabe les informan de que el propietario está actualmente de viaje en la India y tardará varios días en volver. Mientras buscan el almacén y tras salir de él, se dan cuenta de que un hindú les lleva un rato siguiendo entre la multitud, pero desaparece en el ajetreo de los muelles cuando tratan de acercarse a él.

En el hotel, la otra mitad del grupo trata de alquilar un coche para ir a Nairobi, pero el recepcionista les informa de que el único camino seguro hasta allí es mediante el Ferrocarril de Uganda, por lo que deciden comprar billetes para todos en el tren de la mañana siguiente. Una vez reunido el grupo, Bishop muestra gran preocupación por su misterioso perseguidor hindú, y deciden ir a la estación a primera hora de la mañana para adelantarse a su perseguidor, si es que piensa tomar el mismo tren.



Esperan durante algo más de una hora, hasta que por fin ven entrar al hindú en el vagón de morenos, intentando, como puede, ocultar su cara tras un periódico. Los investigadores entran en el vagón de los blancos y toman asiento, y una media hora después de la partida del tren, Bishop y Rivers deciden ir a hacerle una visita al indio.

Cruzan el desierto vagón restaurante y se introducen en el vagón de los morenos, pese al tímido intento del sorprendido camarero de disuadirlos. Varios árabes e hindúes les observan desde sus bancos, pero ninguno parece ser el que buscan. Pasan al vagón de los negros. Allí es difícil ver mucho más allá de sus narices, puesto que todo el mundo viaja de pie, pero los ocupantes del vagón les dicen que acaba de pasar un hindú en dirección al vagón de carga.

El vagón de carga está oscuro y atestado de cajas tras las cuales podría esconderse el misterioso hindú, así que avanzan en silencio, con las armas preparadas y los ojos bien abiertos. Oyen el ruido inconfundible de otra puerta abriéndose y, poco después, alguien gritándo que ahí no se puede estar. Cruzan el vagón y abren la puerta para econtrarse en  el ténder de la leña, desde el que varios negros musculosos parecen haber hecho una pausa en su trabajo para mirar preocupados a algún punto por detrás de ellos. Al girarse, ven que el hindú está avanzando por el exterior del vagón de carga hacia la parte trasera del tren.

Bishop vuelve al vagón de los negros para esperarle y dispararle desde allí, mientras que Rivers encuentra una escalera de mano para subir al techo del vagón. Obligado por el fuego del piloto, el moreno trepa al techo, donde Rivers le encañona. Bishop no tarda en subir también, apuntándole también. Entre ambos, le obligan a soltar la daga ceremonial que había sacado de entre sus ropas y le preguntan si es Aja Singh. Él dice que no, que es Tandoor... Koothrappali. Es evidente que se trata de una mentira para ganar tiempo, y lo es aun más cuando empieza a murmurar unas palabras ininteligibles mientras hace extraños gestos con una mano en dirección a los investigadores, por lo que éstos abren fuego contra él varias veces, pero fallan.

El hindú termina su cántico y Bishop es víctima de un intenso dolor mientras sus ojos se funden y gotean por su cara. El detective sigue disparando al hechicero, mientras que el piloto pierde el equilibrio debido al dolor y empieza a rodar por el techo del vagón. Finalmente, uno de los disparos de Rivers impacta en el pecho del indio y éste cae del vagón, pero al mismo tiempo Bishop no logra asirse a la escalera de mano al pasar junto a ésta y cae también.


El Ferrocarril de Uganda, poco antes de legar a Nairobi

Rivers ordena detener el tren, y varios de los mozos del ténder corren a socorrer al británico. Parece que aún está vivo, aunque inconsciente y malherido, y lo llevan de vuelta a su vagón para que el Dr. Foley le aplique primeros auxilios. El hindú, sin embargo, yace muerto unas decenas de metros más atrás. Rivers le registra y sólo encuentra algunas libras y un juego de llaves que decide guardarse.

El tren llega a Nairobi de madrugada y los investigadores se alojan en el Hotel Highlands, a excepción de Bishop, que es ingresado en el Hospital Highlands Breeze, y del Doctor, que decide pasar la noche con él.

Miércoles 22 de Abril de 1925

Mientras el doctor y el piloto siguen en el hospital, el holandés trabaja en sus notas, y Rita se queda en su habitación por encontrarse indispuesta, la Dra. Zimmerman y Rivers deciden ir al periódico local, La Estrella de Nairobi, en busca de información sobre la Expedición Carlyle. Allí hablan con la editora, la señorita Nathalie Smythe-Forbes, y consultan el archivo. Encuentran fotos de algunos miembros de la expedición, que muestrana un rejuvenecido Sir Aubrey y a una Hypatia evidentemente embarazada. También leen que un tal Sam Mariga fue el que alertó a las fuerzas del orden de la presencia de los cuerpos despedazados de la expedición, y que fue el teniente Mark Selkirk el que encontró los restos y a los supuestos autores de la masacre.

Nathalie Smythe-Forbes, editora de La Estrella de Nairobi
La editora dice que todos los miembros de la expedición eran gente rara, que Carlyle bebía mucho y que Sir Aubrey tenía tratos con gente que no se correspondía con su alcurnia (recuerda especialmente a un vendedor de té llamado Tandoor Singh).

Cuando van a salir del periódico, se cruzan con un enfurecido cazador que entra a las oficinas rifle en mano y maldiciendo a la periodista por publicar cosas que perjudican a su negocio. Los investigadores logran calmarle un poco y el Coronel Endicott, pues así se llama el hombre, les explica que es el propietario de un pabellón de caza y La Estrella de Nairobi ha estado publicando noticias sobre las desapariciones y muertes de algunos de sus clientes, y que esto ha afectado muy negativamente a su negocio. Reconoce que es algo raro, pero nada de eso habría pasado si esos turistas no hubiesen abandonado la plataforma nocturna en plena noche. Él piensa que se trata de un león solitario particularmente agresivo, y pide ayuda a los investigadores para acabar con él. Éstos le dicen que lo pensarán, y el Coronel se marcha más tranquilo.

Más tarde, se reúnen en el hotel con el doctor y revisan las notas que el difunto Alfred recogió sobre Nairobi en su conversación con el editor Jonah Kensington. Descubren que Elias ya mencionó a Sam Mariga en sus cartas, así como a un tal Johnstone Kenyatta y a "Nails" Nelson, un mercenario que aseguraba haberse encontrado a Jack Brady en Hong Kong.

Deciden separarse para buscar, y mientras el resto va a la estación de tren a preguntar por Sam Mariga (según las notas, Elias le encontró allí), el Doctor Foley, algo despistado, va al cuartel de los Fusileros reales preguntando por un mercenario también llamado Sam Mariga, de quien nadie parece haber oído hablar allí.

Mariga está ya en su casa cuando llegan a la estación, así que todos vuelven al hotel con las manos vacías y deciden hacer una visita a Bishop en el hospital. Parece que los médicos no pueden hacer nada por sus ojos, así que una idea cruza la mente de los investigadores: ¿y si vuelven a llamar a Bastet para pedirle que le devuelva la vista al inglés?

lunes, 13 de mayo de 2013

Crónica. Capítulo 3: El Cairo. Sesión 5 (parte 2): El gato negro

Extracto del diario de viaje de la Dra. Elizabeth Zimmerman, de la Universidad Miskatonic.


Marsa Alam, Mar Rojo, 15 de abril de 1925



Dejamos atrás El Cairo al fin...
 
La madrugada del 14 al 15 de abril fue una locura, especialmente para Michael. Nada más llegar a su habitación ese alcohólico de Van Heuvellen estaba aún despierto. Bishop estaba aún alterado por el encuentro con el Faraón Negro así que le costó bastante conciliar el sueño. Cuando al fin el cansancio logró adormecerle una sombra moviéndose en la oscuridad le alertó, corrió a encender la luz y se encontró con una pantera a los pies de la cama del holandés. Tras despertar a Van Heuvellen le amenazó con matarle si no le daba los pergaminos a la pantera. Tras una corta discusión accedió y lo que antes era una pantera se transformó en la mujer que acechaba a arqueólogo.

No sé muy bien que impulsó a Michael a detener a esta mujer para pedirle ayuda, pero sin duda fue este momento y no otro el que nos devolvió la suerte y la esperanza. Poco pudo hacer la sacerdotisa, pero prometió hablar con su señora, la mismísima Bastet, para pedirle ayuda para los nuestros.

Michael está ahora mismo durmiendo y es posible que siga así muchas horas, por lo visto no durmió la pasada noche, se quedó vigilando a Van Heuvellen y en cuanto salió el Sol vino a despertarnos, cogimos unos taxis sin entenderle muy bien y fuimos al hospital a recoger a Rita y a Owen. En ese momento, al verles salir del hospital guiados por el perturbado Michael, me pregunté si íbamos a lograrlo; su aspecto era penoso, el detective apenas se tenía en pie, Rita parecía completamente derrotada, alicaída, aún adormilada por los calmantes y Michael estaba sobreexcitado y con claros síntomas de agotamiento, incluso murmuraba incoherencias.
 
Guiados por Van Heuvellen llegamos a un templo dedicado a Bastet, escondido en el corazón de El Cairo. Es increíble que en el centro de la ciudad, a través de estrechas callejuelas, se pueda llegar a un templo dedicado a la diosa gata que aún conserva las antiguas tradiciones...
 
Según nos acercábamos al templo el número de gatos aumentaba, tanto en la calle como en las cornisas. Al fin llegamos a la puerta del templo, muy discreta y disimulada; si hubiera pasado por allí seguramente la habría pasado por alto, pero el holandés estaba seguro. Dentro encontramos a la sacerdotisa, que tras saludarlos y mirarnos con algo de lástima inició un ritual, entonando un misterioso canto y ofreciendo una rata como sacrificio. Cientos de gatos nos observaban desde cada rincón del templo, y pude observar la rica decoración. Al cabo de unos minutos, la estatua de Bastet, la diosa con cabeza de gato, cobró vida y se dirigió directamente a la sacerdotisa, y después, a nosotros. ¡Bastet! En la Universidad me tomarían por loca. Pero Ella nos habló, nos preguntó por nuestra misión, y parecía complacida al ver que peleábamos contra el Faraón Negro, Nyarlahotep. Nos agradeció haber devuelto los papiros y curó a nuestros heridos. Además nos dijo que, en caso de necesidad, usemos el ritual del que dispone Van Heuvellen para contactar con ella y pedirle ayuda. Es reconfortante saber que no estamos solos en nuestra lucha; Bastet nos animó a continuar y nos advirtió de los peligros que nos aguardan, debíamos salir cuanto antes de Egipto pues la Hermandad del Faraón Negro es muy poderosa, Alá no es un Dios que responda a sus fieles y a ella apenas la adoran unas pocas sacerdotisas (y todos los gatos del mundo, en el fondo de sus corazoncitos salvajes).

La diosa Bast, o Bastet, rodeada por sus adoradores

La estatua volvió a quedarse quieta, pero cuando volvimos a la calle vimos que un gran grupo de cultistas nos habían seguido hasta el templo. Los gatos de la calle se abalanzaron contra ellos y varios resultaron heridos o muertos. Nosotros nos refugiamos dentro, donde la sacerdotisa nos miró, acusadora, pues nuestra falta de cuidado había puesto en peligro su lugar sagrado. Cuando los cultistas irrumpieron en el templo, ella se transformó en pantera, y otros gatos le ayudaron en la lucha. En el momento en que uno de ellos resultó muerto, otros gatos se transformaron en leones y acabaron con todo el grupo. No es sabio matar gatos en el templo de Bastet, pues no deja de ser la cara amable de Sekhmet, la furiosa leona hija de Ra.
 
Tras la pelea, en la que ni siquiera tuvimos tiempo de participar, decidimos marcharnos de Egipto lo antes posible, premiados por la Diosa y su sacerdotisa, pero... ¿Cómo iba a dejar sin visitar la Pirámide Roja? Allí podían esconderse innumerables secretos sobre cómo derrotaron al Faraón Negro por primera vez, lo único que sabemos es que un héroe humano fue ayudado por una Diosa, y que utilizaron la pirámide acodada para proteger Egipto del poder maligno del Faraón Negro. Pero Michael se negaba a pisar una pirámide, tan solo quería abandonar Egipto cuanto antes. Así pues fuimos al hotel a recoger nuestras pertenencias, pagar la estancia y abandonar el país en barco. La Pirámide Roja no dejaba de torturarme, así que tras discutir de nuevo con Michael decidimos ir a ver la Pirámide mientras él iba a ver al Dr. Kafour.

Que tremenda decepción... La Pirámide Roja no escondía nada, ni una sola pista, ni un solo indicio de aquel que enterró al Faraón Negro, nada. Sí es cierto que encontramos evidencias de que algún tipo de inscripción había sido arrancada de la propia pirámide. Tuve que irme de la pirámide visiblemente decepcionada y contrariada por la pérdida de tiempo. Por suerte Michael aguardaba con una gran sorpresa.

Al llegar al museo egipcio Michael salió a hablar con el resto de nosotros, al parecer las inscripciones de la pirámide acodada habían sido traducidas por el Doctor y el mensaje ahí escondido nos apremia a lanzarnos sobre nuestro objetivo. El próximo mes (no conocemos el día exacto) nacerá la encarnación, el avatar o el descendiente de Nyarlathotep en la Montaña del Viento Negro. Y el Fin del mundo tendrá lugar el 14 de enero de 1926. Nuestro plan es detenerlo y acabar con esta amenaza, se lo hemos prometido a Bastet y a los Hijos de los Mamelucos, lucharemos con todas nuestras fuerzas contra este ser.
 
Sin embargo no todo iban a ser atemorizadoras noticias y tras hablarnos de estos escritos Michael sacó un maletín y sonriendo me dijo susurrando “Al-Azif”. ¡No me lo podía creer! ¡El Dr. Kafour había accedido a dejárnoslo! ¡Bravo por Michael, eso iba a ser una gran ventaja para nosotros! Según nos contó más tarde el piloto, tendremos que devolverlo cuando acabemos de leerlo y protegerlo del mal con nuestras vidas.

Poco después acudimos de nuevo a ver a Kafour para hablar sobre la inscripción arrancada de la Pirámide Roja. Gracias a unas fotos pudimos deducir que se trata de algún tipo de sello de protección muy poderoso e importante. Elegimos la foto que mejor mostraba el sello y nos la quedamos. Sin duda el doctor Kafour ha sido nuestro más grande aliado en Egipto y probablemente en toda esta aventura.

Los taxis nos llevaron a Suez donde tomamos inmediatamente un barco con destino Mombasa. Podremos descansar unos días y planear cómo vamos a detener a Nyarlathotep.

viernes, 10 de mayo de 2013

Crónica. Capítulo 3: El Cairo. Sesión 5 (parte 1): en el santuario



 Para la crónica de la última sesión de Egipto, contamos con algunos extractos del diario de la Doctora Zimmerman (¡gracias, Sandra!). Como son un poco largos, los dividiré en dos partes.

El Cairo, 14 de abril de 1925

  [...]

En aquel estrecho y elevado pasillo seguimos combatiendo, hasta que las últimas criaturas cayeron al suelo. Todo quedó tranquilo, pero entonces, desde la oscuridad, se oyeron más sonidos animales que apenas podía identificar; sus siluetas avanzaban hacia nosotros, debía de haber una veintena de criaturas, y nosotros éramos muchos menos y algunos gravemente heridos. Bishop sacó una bolsa con granadas y empezó a gritar que las tiráramos. Eso hicimos, y durante lo que parecieron horas sólo se oían explosiones y chillidos animales. Finalmente, llegaron a la escalinata algunas criaturas, heridas, a las que abatimos con disparos y cimitarras, en el caso de los Mamelucos.

Rápidamente bajamos a la sala, donde registramos a los cultistas y les quitamos las armas de fuego, ya que probablemente no sean útiles en el futuro y es mejor para nosotros que ellos no las tengan (aunque vista la facilidad de Michael para conseguir armas en el bazar, no creo que tengan dificultades en reponerlas). Y allí, destrozado por las granadas, se encontraba el sarcófago de Nitocris. Un auténtico sarcófago del Imperio Antiguo, que contenía nada menos que la momia de la reina Nitocris, descrita por Heródoto y de quien muchos estudiosos pensaban que se trataba de sólo una leyenda, la primera reina conocida del mundo. A simple vista parecía conservarse prácticamente intacta, mientras que el sarcófago en el que se encontraba había sufrido graves daños. Sin embargo, los Mamelucos me sacaron de mis meditaciones bruscamente, al coger el cuerpo de la reina y llevárselo mientras gritaban en árabe que nos diéramos prisa. Tenían razón, en cualquier momento podían aparecer más criaturas, además teníamos muchos heridos que requerían atención médica urgente y sin embargo ahí estaba yo, examinando el sarcófago como si no hubieran intentado matarme en esa misma sala hacía tan solo unos minutos.

Salimos de la pirámide lo más deprisa que pudimos, y ya hacía el final pude oír cómo nos perseguían, pero escapamos a tiempo. De vuelta al Cairo, en la Mezquita de Ibn Tulun, nos recibieron como héroes, aunque evidentemente apenados al escuchar la noticia de la muerte de Efti.

Acordamos que la momia sería devuelta a las autoridades y expuesta en el Museo, y nosotros custodiaríamos el cinturón. Pero antes, Michael probó mi idea de los cuchillos, haciendo palanca con uno de ellos entre los eslabones dorados. ¡Funcionó! Los Hijos de los Mamelucos estallaron en gritos de júbilo, la resurrección de Nitocris es ya imposible. En agradecimiento por recuperar el cuerpo y destruir el cinturón, nos regalaron la espada mágica de Akmallah, aún no sabemos cómo funciona exactamente, pero parece que es capaz de infringir daño a criaturas poderosas que son inmunes a las armas comunes.

Antes de volver al hotel fuimos al hospital a llevar a Owens, todavía inconsciente, aunque vivo, y a Rita, que han quedado hospitalizados. Michael pidió que le cambiaran los vendajes, y a pesar de que los médicos parecían alarmados al recibir tantos heridos por armas de fuego, los Mamelucos nos han asegurado que tienen hermanos en la policía que evitarán que nos hagan preguntas.

Me hubiera gustado examinar a dónde llevaban todos esos caminos sin explorar bajo la pirámide, ¿qué misterios ocultarán? En cualquier caso, hemos librado a Egipto de la amenaza de Nitocris y hemos recuperado su momia para el Museo, nos merecemos unos días de descanso.

Hace un rato he ido a hablar con el Dr. Foley de algunas preocupaciones que me han surgido al leer ese libro, el Al Azif, y la verdad es que me ha tranquilizado bastante.
Bishop ya ha vuelto de ver a Rita y a Owens en el hospital, parece que se van a recuperar, aunque tardarán varias semanas, tiempo del que no estoy segura de que dispongamos. Owens está consciente y quiere que mañana vayan Rita y el doctor a ver a Omar Shakti, acudiendo a la cita que tenían prevista con él. Yo les he avisado de que me parece una mala idea, Gavigan sabía de nuestras intenciones y no sería raro pensar que Omar ya sabe quiénes somos y qué estamos haciendo. Probablemente sea una trampa.

Si después de comer nos da tiempo, a lo mejor intento ir con el Padre Mateo y con Michael a Dashur, a ver las pirámides que construyó Seneferu, el primer faraón de la IV dinastía. En teoría allí está enterrado el Faraón Negro, bajo la Pirámide Acodada, y bajo la Pirámide Roja reposa también el propio Senefuru, el héroe que salvó Egipto ayudado por la diosa Isis. Tengo la corazonada de que dejó algún tipo de pista de cómo lo hizo, que pueda ayudarnos en nuestra misión.


El Cairo, 14 de abril de 1925

¡No puedo esperar a mañana! Debo escribir lo que he vivido hoy antes de que se me olvide ningún detalle. Pensé que la visita a Dashur nos daría alguna pista, pero ¡cómo podía imaginar lo que íbamos a encontrar allí!

Emprendí el viaje a Dashur con el padre Mateo y Michael; al llegar decidimos empezar nuestras investigaciones en la Pirámide Acodada. La puerta oeste parecía poco vigilada, así que retiramos unos tablones y entramos por allí. Un pasillo largo y sencillo, sin decoración, nos condujo hasta una sala también sobria, vacía, excepto por dos columnas de alabastro de apariencia muy sólida. Después de observarlas con detenimiento encontramos una entrada secreta, con unas escaleras de caracol ascendentes. En lo alto, un arco decorado con extrañas figuras daba paso a una gran sala, en la que se encontraban seis braseros con joyas incrustadas de un tamaño que nunca antes había visto y un trono que, incluso ahora al recordarlo, me da escalofríos de terror. Las paredes estaban repletas de inscripciones y dibujos que apenas llegaba a comprender, y agradecí en esos momentos llevar mis útiles de arqueología para calcar los relieves de la habitación, mientras intentábamos averiguar su significado. Uno de los dibujos era un mapa estelar, y que según dijo el Padre Mateo, marcaba el día 14 de enero de 1926. Otro dibujo era claramente un mapamundi sin el continente americano, en el que tres localizaciones aparecían marcadas con piedras preciosas: algún lugar de Kenya, otro en el océano Pacífico y otro en Australia, pero el mapa no era tan detallado como para saber qué sitios exactos son.

Después de copiar todas las inscripciones decidimos marcharnos, ya que aunque por primera vez no habíamos sido recibidos por cultistas o monstruos, no terminábamos de sentirnos seguros allí. En el momento en el que íbamos a atravesar el arco, éste se cerró con un muro de piedra, los braseros se encendieron y empezó a sonar una terrible música. Al volver la vista hacia atrás, vimos sobre el trono, sonriendo malévolamente, al mismísimo Faraón Negro, exactamente igual que lo recordaba del busto que encontramos en la Mansión Misr. A ambos lados del trono el aire oscilaba de forma irreal, estaba petrificada por el miedo, ¿qué podíamos hacer nosotros tres contra un dios?
El Faraón Negro empezó a hablar, y tal y como temía, estaba muy enfadado. En primer lugar, porque hace sólo unas hora que hemos destruido el cinturón de la Reina Nitocris, y con él, la posibilidad de traer a su espíritu de vuelta. ¡La bella Nitocris, decía! Parecía lamentarse, incluso... Apenas podía prestar atención a los insultos que nos dirigía, pues parecía claro que nos iba a matar en cualquier momento. Y de su mano surgió un rayo que alcanzó al padre Mateo, pude escuchar sus gritos de agonía mientras su piel y sus músculos se derretían hasta los huesos. Y lo peor de todo, es que... Cómo me cuesta escribir esto. Lo peor de todo es que me alegré. Me alegré de no ser yo la que había sufrido esa horrible muerte, de seguir con vida y de tener una oportunidad de salir de allí. Michael empezó a gritar, pero yo intenté calmarme y pensar. El Faraón Negro estaba jugando con nosotros, pero, ¿teníamos alguna posibilidad?


Nephren-Ka, el Faraón Negro, furioso ante la osadía de los investigadores

Después de disparar aquel rayo, el Faraón continuó hablando. Una vida por la muerte definitiva de Nitocris, parecía. Él quería que fuéramos a la Pirámide Acodada para hablar con nosotros y darnos un mensaje, pero el ultraje contra Nitocris no podía quedar sin castigo. Ahí comprendí que no iba a matarnos, al menos de momento.bi Su mensaje fue que abandonáramos nuestra misión, pues no teníamos ninguna posibilidad contra él. Después de ver de lo que es capaz, yo también creo que en un enfrentamiento directo no podríamos derrotarle, sin embargo...

El Faraón continuó hablando, nos dijo que había masacrado a la expedición Carlyle, y que el mismo destino sufriremos nosotros si intentamos detenerle. En ese momento mostró en el aire unas horribles imágenes en las que los miembros de la expedición eran devorados por criaturas; Michael no pudo seguir aguantando y se lanzó contra el muro de piedra, golpeándolo con los puños y gritando. Sólo quedo yo frente al Faraón Negro. Me habla directamente a mí. Me dice que abandone, que viva mis últimos días feliz antes de que llegue el Fin, ya que éste llegará de forma inevitable. O, que si quiero intentar pararlo desde el principio, me da una oportunidad. En ese momento abrió un portal, y dentro de él pude observar un mercado del Antiguo Egipto, rebosante de vida. “Es Egipto antes de mi llegada”, me dijo, y añadió que, si iba, tendría una oportunidad de detenerle antes de que llegue. Y todo para divertirse un poco más.
No negaré que pensé en ir, y también me avergüenza plasmar aquí que la curiosidad por conocer el Egipto de la Tercera Dinastía era apremiante, pero, seamos sinceros, ¿cómo iba a volver? Quedaría atrapada hace casi cinco mil años. Ni siquiera tengo buenos conocimientos sobre escritura jeroglífica...

El portal se cerró, y perdí mi oportunidad; es decir, me salvé. Porque indudablemente era otra trampa del Faraón Negro. Tras cerrar el portal, se rio una vez más y dijo que nos fuéramos a nuestras casas, que nada podíamos hacer contra su poder. Y desapareció. Los braseros se apagaron y el muro de piedra que impedía el paso a través del arco se deslizó, dejando libre el paso. Michael me empujó fuera de la sala y me obligó a salir corriendo, mientras gritaba que nunca más volvería a entrar en una pirámide. No le culpo. Durante el viaje de vuelta me confesó que le parecía buena idea volver a casa y olvidarse de esa pesadilla, y que la única razón por la que se quedaba era porque sentía que tenía una misión, luchar contra el mal con la espada mágica que le habían otorgado los Mamelucos. Todos seguíamos en aquella locura por una razón, pero... ¿Tengo claro cuál es la mía?

[...]