martes, 2 de octubre de 2012

Crónica de las Máscaras de Nyarlathotep. Capítulo uno: Nueva York. Cuarta sesión: Nubes de tormenta sobre Nueva York



Para acabar el primer capítulo, tenemos una crónica de lujo, escrita por la pluma del joven Alfred O'Sullivan (Willy). ¡Gracias!

NUBES DE TORMENTA SOBRE NUEVA YORK (Capítulo Final)[1]
 
Resumen de lo publicado: los Magníficos Jackson-Walker’s, un extraño grupo de expertos unido por el interés del joven filántropo Matthew Jackson-Walker, se encuentran de bruces con el asesinato del autor Jackson Elías, quien investigaba la desaparición de la Expedición Carlyle. Preocupados por los indicios descubiertos en la habitación del señor Elías, comienzan a investigar la procedencia de varias sectas africanas y su arraigo en los Estados Unidos. Tras una visita a la casa del Juju, descubren oscuros secretos que ni siquiera los más sabios doctores conocen, y que desquician al aguerrido Steven Connor. Resueltos a profundizar en el misterio, los compañeros contactan con el editor del Señor Elías y con la hermana del desaparecido y presuntamente fallecido Roger Carlyle. De vuelta en su mansión, Matthew toma una terrible decisión.

Noche del martes 27 de enero / Mañana del miércoles 28 de enero
Las noches de invierno en Nueva York no están hechas para hombres débiles, pero aquel 27 de enero la negrura envolvió no sólo el cielo de la ciudad, sino los corazones de nuestros amigos. Los cuatro que seguían cuerdos recibieron la terrible llamada en cuanto Rupert, mayordomo y hombre de confianza de Matthew, hubo dispuesto todo lo necesario para el traslado del joven al hospital más distinguido de la ciudad y avisado a su familia, y los cuatro sintieron que con la cordura del hombre que les había unido en una misma causa se apagaba también un alma fuerte y dispuesta a enfrentarse a la oscuridad. La máscara, la mil veces maldita máscara, se encontró finalmente en el patio, bajo la ventana de Matthew, donde la había arrojado en su locura; aunque un nuevo temor asomaba en los corazones de todos, el Doctor Fowley volvió a colocar la máscara junto al resto de objetos encontrados en la Casa del Juju, rezando, no por primera, ni última vez, por no tener que usar ninguno de ellos.

No quedaba, pues, sino esperar al día siguiente y al primer diagnóstico de los mejores médicos de la ciudad. Mientras Matthew recibía las atenciones de los herederos de Esculapio, Steven “Bull” Connor, menos afortunado y adinerado, se volvía agresivo; tal vez el atroz destino de su recién conocido amigo le hubiera desestabilizado aún más, y en el interior de su mente nuevas personalidades comenzaron a pugnar por el control de su cuerpo.

Con dos compañeros recluidos en instituciones psiquiátricas, nuevos callejones sin salida y el descubrimiento de las terribles e insondables profundidades de un misterio que se desvelaba peligroso para el cuerpo y la mente, el Doctor Fowley y Rupert se dirigieron a visitar a los enfermos, mientras los restantes Jackson-Walkers’ descansaban y se confortaban como mejor podían. El diagnóstico inicial de Matthew Jackson-Walker, sin embargo, no ofrecía paliativos: la mente parecía rasgada, incapaz de manejar el cuerpo inane del otrora inquieto joven. Incluso los mejores pronósticos no podían asegurar un restablecimiento, siquiera parcial, aunque la fortuna de la familia Jackson-Walker sin duda facilitaría las cosas.  A pesar de las penosas noticias, el Doctor Jackson-Walker, padre de Matthew, mostraba una especial resolución. De carácter fuerte y reservado, aunque condescendiente con su hijo, no parecía acusar el golpe más que con una determinación implacable, sorprendiendo a propios y extraños cuando hizo saber a Rupert y al Doctor Fowley sus deseos: su amigo, y el confidente de su hijo, debían hacer todo cuanto fuera posible para llevar ante la justicia divina a los que habían dirigido a su hijo ante tan cruel destino. La Fundación Jackson-Walker se haría cargo de la investigación, no por el capricho de un filántropo, sino por el deseo de venganza de un padre. Rupert debía unirse a los recientemente apodados Magníficos Jackson-Walkers’ y mantener informado en todo momento a la Fundación, y el buen Doctor Fowley quedaba instituido como líder de la misma, en atención a la amistad que le unía con el Doctor Jackson-Walker y su probada sabiduría.

Al fin aparecía un destello de esperanza en el corazón de los compañeros, que recibieron la noticia de primera mano en la mansión de Matthew, y pronto descubrieron que el apoyo de un hombre poderoso y decidido puede abrir caminos que se consideran imposibles. Tras varios intentos infructuosos, Bradley Grey, abogado de la señorita Erica Carlyle, les comunicó que el interés del Doctor Jackson-Walker y las terribles noticias del destino acaecido al joven Matthew habían hecho cambiar de opinión a su cliente, que aceptaba volver a recibirles dos días después. De la misma forma, los contactos del Doctor Fowley ayudan a obtener el alta de Steven Connor, siempre que el buen Doctor asumiera su tratamiento y la responsabilidad por los actos que pudiera cometer.

Las buenas noticias no paran de llegar, y el Detective Poole telefoneó a la casa, esperando hablar con Matthew, aunque enterado de las últimas novedades, no tardó en mostrar su pesar e informar al grupo de los últimos avances de la policía metropolitana. ¡Mukunga había sido localizado! Tras varios días de vigilancia, los hombres de Poole habían dado con el piso que utiliza el supuesto sacerdote y sus sicarios, y estaban dispuestos para la redada; aunque inicialmente reticente, Poole admite a los compañeros en el grupo encargado del asalto al fortín de los sectarios, y el ánimo de los aventureros se refuerza.

Con el sol comenzando ya a caer, y tras un día de éxitos, a pesar de la tristeza, el Doctor Fowley consigue una entrevista con Steven Connor, aunque se encuentra con un hombre muy distinto al aguerrido exsoldado. Allan Shepard, profesor de filología, da la bienvenida al Doctor Fowley y le pregunta por los motivos de su internamiento en una institución; para el Doctor, sin embargo, el que habla es un desquiciado Connor, con un falso acento bostoniano y la locura asomando a sus ojos. Tras una conversación que dura varias horas, y con la ayuda de un antiguo camarada de “Bull” Connor, el Doctor consigue que regrese a su ser, y firma los papeles necesarios para el alta de su compañero, al que recluye en la mansión de Matthew Jackson-Walker, en la que espera poder tratarle y recuperar a un buen hombre para la causa. Con Connor a buen recaudo y rodeado de varios guardaespaldas, el grupo decide volver a sus hogares, y prepararse para el enfrentamiento con Mukunga.

Jueves 29 de enero
Una vez reunidos en la mansión de Matthew, los Jackson-Walker’s reciben la llamada que tanto deseaban: el detective Poole les convoca en Harlem, para la redada que pondrá fin a la pesadilla. Un barrio desierto les recibe; los policías no son bienvenidos, pero nadie quiere pelea. La casa, vieja y sucia, no se distingue de las que la rodean más que por la oscura presencia que parece rodearla, al menos a ojos de los investigadores. Nerviosos, conocedores de lo que se encontró en la Casa del Juju y lo que puede esconderse en el cuartel general de Mukunga, policías y civiles suben con precaución, tramo tras tramo de escaleras, hasta llegar a la puerta del Tercero D, piso franco de Mukunga. Tras varios intentos de llamar la atención de los habitantes, la policía toma la decisión de entrar por la fuerza, y la puerta del apartamento cae derribada, levantando una polvareda. Cuando el polvo se aposenta, sin embargo, lejos de las terribles criaturas que todos pensaban encontrar el grupo de asalto descubre… nada.

El piso aparece vacío casi por completo, tan solo un escaso mobiliario y algunos utensilios de cocina adornan el desastrado lugar, y no se escuchan ruidos ni señales de vida. Una segunda puerta, sin embargo, se encuentra cerrada y ominosa, y hacia ella se dirigen los policías. Más allá, un nuevo terror a añadir a lo ya vivido espera a los incautos, y un estremecimiento recorre a Rivers cuando reconoce al hombre que encuentran, desmadejado sobre una silla y visiblemente torturado hasta la muerte, como el detective de la Agencia Continental que había desaparecido días atrás mientras investigaba a Mukunga. Aparece rodeado por extraños signos, que recorren paredes, suelo y techo y hacen que los corazones se encojan; sin duda, se trata de algún tipo de magia negra, de propósito desconocido pero seguramente letal.

No tardan en descubrir lo que Mukunga había dejado esperando para ellos en su fortaleza cuando el presuntamente difunto detective se abalanza sobre uno de los policías y le desgarra el cuello a mordiscos, mientras el detective, sus compañeros y los Jackson-Walker’s contemplan el espectáculo con el estómago en la garganta. Finalmente consiguen reponerse, excepto el joven Alfred O’Sullivan que huye de la habitación, espantado, escaleras abajo, y tras varias salvas de sus armas reglamentarias los policías consiguen abatir al caníbal rabioso en que se había convertido el detective. Con una nueva baja que añadir a la larga lista de hombres que han dado su vida por la ciudad de Nueva York, los supervivientes registran el piso e interrogan a los vecinos, pero no hay pistas ni indicios de a donde ha podido ir Mukunga por ningún lado.

Nadie lo quiere decir en voz alta, pero la desaparición de Mukunga pone toda la investigación en peligro. Con el principal sospechoso y líder de la secta en paradero desconocido, no hay un objetivo claro, ni para la investigación privada ni para la policía, y han perdido la iniciativa. Poole y los suyos se retiran a lamerse las heridas y a rellenar la sempiterna burocracia, mientras que el grupo de civiles, por su parte, regresa a la mansión de Matthew con las manos vacías y un nuevo peso sobre su conciencia. Lo que se encuentran en la mansión no es nada halagüeño, y una vez más parece que el destino se pone en su contra y ni la divina providencia parece auxiliarles en su causa; Steven Connor, al que habían dejado atrás para evitarle nuevas experiencias que lo arrastraran aún más a la perdición, ha desarrollado una nueva personalidad, un agresivo hombre de acción que piensa únicamente en su supervivencia, y que noquea a uno de sus guardianes antes de ser reducido.

Con Steven Connor recluido en una habitación y sin un camino a seguir, el detective Rivers, el Doctor Fowley, la Doctora Zimmerman y el joven Alfred se reúnen hasta la noche en la mansión, junto al mayordomo Rupert, que se ha hecho hueco en el grupo y comienza a tomar conocimiento de los atroces descubrimientos, tratando de elaborar un nuevo plan que les permita desenmascarar a Mukunga y llevarlo ante la justicia, a sabiendas de que el 20 de febrero deben partir hacia Londres a bordo del Mauritania. Para cuando se hace de noche en el exterior, sin embargo, ninguno de los compañeros tiene una idea clara de los posibles pasos a dar, por lo que deciden esperar al encuentro con Erica Carlyle, al día siguiente, y mientras pasar la noche juntos, para que Mukunga y los suyos no puedan cazarles uno a uno. La Mansión del enloquecido Matthew Jackson-Walker se convierte así en un faro de esperanza en medio de la noche, un adecuado homenaje a su desgraciado amigo, y en una fortaleza que no tarda en verse sometida a las más terribles pruebas.

Efectivamente, los peores temores de nuestros héroes no tardan en hacerse realidad, y el asedio no tarda en comenzar, en cuanto la noche es lo suficientemente oscura como para ocultar a los atacantes de miradas indiscretas. Figuras encapuchadas pululan por el jardín, buscando una vía de entrada, mientras la Doctora Zimmerman, el Doctor Fowley, el detective Rivers y Rupert, que se ha hecho con la escopeta de caza de Matthew y parece decidido a convertirla en instrumento de su venganza, disparan al bulto, tratando de atisbar algo en la negrura. Con la noche iluminada únicamente por la luz del gran salón y los fogonazos de las descargas de armas de fuego, los intrépidos Jackson-Walker’s se disponen a vender cara su piel.

Pero por cada figura que derriban, dos más ocupan su lugar, y no tardan en tirar abajo la puerta de la mansión y derribar al guardaespaldas del Doctor Fowley, hiriendo a Rivers y Rupert, mientras el joven Alfred, único miembro del grupo que parece no haber disparado un arma en su vida, se apresura a la segunda planta para proteger los objetos hallados en la Casa del Juju, temiéndose lo peor. La intuición no le falla, y nada más llegar a la antigua habitación de Matthew, oye un ruido de cristales rotos que le pone los pelos de punta; a toda prisa, y con la voluminosa caja en las manos, avisa al guardaespaldas restante, encargado de la custodia del enloquecido Connor, y éste se dirige, valiente, a dar una calurosa bienvenida, a base de plomo, a los cultistas que intenten tomar el camino más corto hasta la máscara y el resto de atavíos. Alfred, con la caja a cuestas y el flash de la cámara de Rivers como único arma, se encuentra a solas con “Bull” Connor, o más bien con la segunda de sus personalidades, el superviviente nato, mientras se suceden los disparos y los gritos, en la primera planta, en la segunda, en el jardín, por todos lados. Sin nadie para vigilarle más que el enclenque estudiante, la enfervorecida cacofonía parece hacer enloquecer aún más al loco Connor, que decide huir por el camino más corto y que implica menos riesgos: la gran sala del segundo piso.

Pero sus planes se ven trastocados cuando un nuevo enemigo se une al asedio. Con un chillido espeluznante, una criatura alada, con cuerpo de serpiente y ánimo malicioso, estampa su cuerpo contra la pared de la mansión y atraviesa los ventanales del segundo piso, atrapando al guardaespaldas, que se creía a salvo tras rechazar a los cultistas. Con un crujido estremecedor, las mandíbulas se cierran y Connor ve como el cuerpo del hombre cae partido por la mitad, mientras su líquido vital gotea de las mandíbulas entreabiertas de la demoniaca figura. Una vez más, su psique se ve fragmentada en mil pedazos, y la locura se adueña de su cuerpo febril, que huye hacia su habitación. 

El horror alado sobrevuela la casa
 
Sin enemigos a la vista, la criatura comienza un nuevo asalto, esta vez al piso inferior, donde Rupert, el Doctor Fowley, Rivers y la Doctora Zimmerman han dado buena cuenta de los cultistas, aunque no sin sufrir graves heridas. Conscientes del peligro que les acecha, y de que el centro de todos los males que acosan la imponente mansión es el temido Mukunga, los Jackson-Walker’s deciden separarse y dar caza al sacerdote, mientras un pequeño grupo mantiene a la criatura a raya. Así, Alfred O’Sullivan y la Doctora Zimmerman salen de la casa con los objetos rituales, seguidos a una prudente distancia por Rivers, mientras Rupert y el Doctor Fowley consiguen evitar los embites de la criatura e incluso dañarla, gracias a la potencia de la escopeta de Matthew, diseñada para matar elefantes y que parece ser el único arma capaz de hacer algo más que cosquillas a la enorme sierpe alada.

Una vez más, la intuición de los heroicos amigos es acertada, y apenas cruzan la gran puerta enrejada que da acceso a la mansión de Matthew Jackson-Walker desde la calle se ven frente a frente con una terrible figura, de la que emana un peligro y una oscuridad que les hace pararse en seco. El sacerdote por fin ha salido de su escondrijo, y con intenciones perversas señala con una larga hoja la caja que porta el joven Alfred, dejando claro su deseo y las consecuencias de no cumplirlo. Pero no cuenta con la astucia de la pareja de estudiosos, y mientras O’Sullivan deposita la caja a medio camino, obligando a Mukunga a acercarse a un lugar más iluminado, la Doctora abre fuego contra él. Desconcertado, el hechicero no reacciona a tiempo, y pronto el detective Rivers se une a la lluvia de fuego que cae sobre él.

En un futil intento por salvar la vida, Mukunga hace uso de sus oscuros poderes y atrapa a Rivers en un trance demoniaco, que merma sus fuerzas y aprieta su pecho como si una mano cogiera con fuerza su corazón y tratara de arrancarlo de su lugar. Al mismo tiempo, la criatura alada que tenía a Fowley y Rupert contra las cuerdas siente el peligro que acecha a su amo y señor, y abandona la caza para abalanzarse sobre el trío de aventureros que se enfrentan al negro sacerdote. Afortunadamente para Rivers, que se ve inmovilizado por la magia del nigromante mientras la criatura le atrapa con un mordisco letal, el Doctor Fowley y Rupert han seguido el funesto vuelo de la sierpe y llegan a tiempo de despacharla con el último disparo de la escopeta. Con el grito de agonía del demonio alado, mueren también las esperanzas de Mukunga y se da cumplida venganza a Matthew Jackson-Walker, quien aunque inconsciente y atrapado en una habitación acolchada, ha guiado con mano firme los disparos de Rupert, al menos en espíritu.

Derrotado, y con las sirenas de la policía anunciando su inminente cautiverio, Mukunga trata de huir, pero el Doctor Fowley le derriba con un acertado disparo, antes de que también su arma anuncie que ha disparado la última bala de la noche. La policía llega al lugar de los hechos, pues, a tiempo para ver morir a la negra amenaza que había puesto en entredicho su habitual eficacia, y para contemplar como su banda de mezquinos mestizos ha quedado destruida para siempre por los valientes actos de un pequeño grupo de irreductibles héroes ciudadanos.

Satisfechos, los victoriosos Jackson-Walker’s contemplan los destrozos ocasionados, símbolo de la derrota del oscuro mal que les había perseguido durante semanas, con una mezcla de alivio y expectación. Ahora saben que sea lo que sea que se encuentre tras los asesinatos rituales y los extraños hechizos, puede ser derrotado por meros mortales, si las fuerzas y la voluntad no flaquean. Pero también saben que los enemigos que tienen enfrente, por ahora envueltos en sombras y misterios, cuentan con armas y aliados que van más allá de la comprensión humana; derrotarles no será fácil, y será necesario algo más que armas de fuego y devoción cristiana.

Conscientes de que los documentos del desaparecido Roger Carlyle pueden arrojar luz sobre la naturaleza de la amenaza a la que se enfrentan, la entrevista con la señorita Erica Carlyle cobra renovada importancia. Con la mente puesta en el encuentro y en todo lo sucedido, los intrépidos aventureros por fin pueden descansar tranquilos, a sabiendas de que por una noche, no hay enemigos que puedan hacerles daño.

Viernes 30 de enero
Un nuevo día comienza en la ciudad de Nueva York, donde la mayor parte de los ciudadanos despiertan ajenos al pequeño grupo de hombres y mujeres que les han salvado de un destino peor que la muerte. Éstos, a su vez, disfrutan por primera vez en lo que parece una eternidad de un amanecer tranquilo, y de un sabroso desayuno en el hotel en el que finalmente han pasado la noche. Se sienten invulnerables, y el optimismo preside la mesa.

En cuanto terminan, ávidos, con la comida, deciden ponerse en marcha. La señorita Erica Carlyle les espera, y de esa reunión dependen buena parte de sus futuras aventuras. Tras las presentaciones de rigor, puesto que en la anterior visita tan solo Matthew se había reunido con la rica heredera, Alfred y la Doctora Zimmerman pusieron a la joven al corriente de lo sucedido, hasta el ataque sufrido la noche anterior. Al escuchar el triste destino de Matthew, la encantadora Erica pareció enternecerse, y conminó a los compañeros a hacerle llegar todas las noticias sobre el joven filántropo, buenas o malas. Sin duda, había esperado con interés la futura cena con el hijo del conocido Doctor Jackson-Walker, y la esperanza es una fuerza poderosa.

Cuando la conversación retornó a los derroteros conocidos, la desaparición de su hermano Roger y las notas que Jackson Elías había desenterrado, desapareció todo signo de confianza y compasión del rostro de Erica, sin embargo. El recuerdo todavía dolía demasiado, y no fue sino hasta que Alfred rogó y prometió venganza, noticias y un digno final a la desdichada historia de su hermano que la joven admitió tener en su poder varios de los tomos consultados por su hermano, y los ofreció al grupo. Así y todo, la familia Carlyle no se había hecho rica regalando sus tesoros, y los investigadores tuvieron que pagarle dos mil dólares procedentes del patrimonio del malogrado Mathew para que Erica Carlyle llevara al grupo hasta la biblioteca de la familia. Una vez allí sacó los terribles libros que había heredado de su hermano de la caja fuerte en que permanecían guardados, esperando a los incautos que se atrevieran a profundizar en los negros misterios abisales que contenían.

Con el nuevo cargamento bajo el brazo, un hatillo de libros antiguos y de contenido sin lugar a dudas tenebroso, a los Jackson-Walker’s no les quedaba sino esperar, ansiosos, la partida del Mauritania, que los llevaría más allá del Atlántico hacia misterios y peligros que jamás hubieran podido prever.

Pero eso, amigos, es otra historia, y será contada en otro momento. Con la ciudad de Nueva York a salvo, la primera etapa en la gloriosa historia de los Magníficos Jackson-Walker’s llega a su fin.




[1] Relato publicado originalmente en Terror Tales Nº4 (1934), bajo pseudónimo, basado según la publicación original en los cuadernos hallados en la buhardilla de una casa de Santa Fe.

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