martes, 16 de octubre de 2012

Locura, traición y mansiones

No suelo hablar mucho de juegos de mesa en el blog, pero desde luego no es porque juegue poco o porque no haya muchos ambientados en el universo de Lovecraft y compañía. Pues bien, lo que quiero hacer hoy es reseñar y comparar dos juegos de una temática casi idéntica y mecánicas bastante distintas. Uno de ellos, basado en los Mitos de Cthulhu, el otro con una ambientación de terror más genérica. Os hablo de Las Mansiones de la Locura y Betrayal at House on the Hill.

Locura 

 

Las Mansiones de la Locura es un juego publicado en 2011 por Fantasy Flight Games y traducido al español unos meses después por Edge Entertainment. Se trata de su tercer juego basado en La Llamada de Cthulhu (contando el juego de cartas) y es una especie de Descent de Cthulhu: un juego en el que entre uno y cuatro investigadores se enfrentan con un Guardián y deben explorar una casa, encontrar pistas, resolver puzles y matar monstruos para derrotarle. En principio todo genial: miniaturas bastante decentes, ilustraciones excelentes, puzles originales e ingeniosos, buenas historias, objetos molones... El problema es que es un coñazo. Me explico: en primer lugar el juego sólo trae seis escenarios con tres posibles tramas cada uno, pero las distintas tramas de un mismo escenario no son tan diferentes, y además tal y como está concebido el juego, para crear tus propios escenarios tendrías que currarte también las correspondientes cartas de pista; en segundo lugar, y aun más importante, la mayoría de los escenarios están enormemente desequilibrados, normalmente en favor del guardián; en tercer lugar, el juego es demasiado largo, especialmente la fase de preparación, que es un verdadero bodrio para el Guardián. En mi opinión, pese a que está mucho más currado que por ejemplo El Símbolo Arcano, es el peor juego de Cthulhu de Fantasy Flight, el más aburrido.


Traición



Betrayal at House on the Hill es un juego publicado por Avalon Hill (actualmente filial de Wizards of the Coast, que a su vez es ahora filial de Hasbro) en 2004 (aunque la actual edición, la segunda, es de 2010) en el que entre 3 y 6 jugadores asumen el papel de investigadores que exploran una casa encantada. A diferencia de Las Mansiones de la Locura, aquí la casa se construye aleatoriamente según los jugadores la van explorando. Al entrar en la mayoría de las habitaciones por primera vez, los jugadores deben robar una carta, cuando esta carta es una carta de Profecía (Omen) se tiran los dados y si el resultado es menor que el número de cartas de Profecía en juego, se revela la maldición y uno de los investigadores se convierte en el Traidor (en la mayoría de los escenarios, no en todos), pasando los demás a ser Héroes. La identidad del traidor y el escenario a jugar se determinan en ese momento, en función de qué Profecía ha desatado la maldición y en qué casilla ha sido encontrada. El equilibrio depende mucho de la situación de los jugadores y del tablero en el momento en que se desvele la maldición y de la propia maldición en sí, pero generalmente no suele haber un bando claramente favorecido. En el fondo no es más que un "tiradados" en el que no hay mucho que pensar, y los componentes son algo cutres, pero es un juego rápido, divertido y muy muy variado.

Comparativa

A estas alturas ya está bastante claro con cuál de los dos juegos me quedo, pero voy a explicar un poco el por qué, y a analizar cuáles son a mi juicio las fortalezas y debilidades de uno y otro.

Las Mansiones de la Locura:

A favor:
  • Es de Cthulhu.
  • Componentes molones.
  • Los puzles.
 En contra:
  • Se tarda una eternidad en montar.
  • Los investigadores pierden casi siempre.
  • Pocos escenarios, y menos rejugables de lo que se pretende.
Betrayal at House on the Hill

A favor:
  • Es mucho más rápido (una partida puede durar poco más que el montaje de Las Mansiones).
  • Hay muchos más escenarios (la friolera de cincuenta distintos), y en principio nadie los conoce antes de jugarlos.
  • No pierde siempre el mismo bando, y todos son "jugadores", no hay una especie de master. De hecho, hay varios escenarios en los que ni siquiera hay un traidor.
En contra:
  • Los componentes son bastante cutres (miniaturas reguleras para los investigadores, contadores de cartón para los monstruos; claro que también hay muchos más monstruos distintos que en Las Mansiones).
  • No es de Cthulhu, sino más bien de terror genérico, aunque hay que reconocer que en ese sentido es muy variado: hasta ahora he visto demonios, hombres lobo, zombies, la Muerte, una banshee, una araña gigante... En fin, en realidad no creo que ésta sea una pega seria.
Ganador: Betrayal at House on the Hill

  Más rápido, más variado, más divertido (que es de lo que se trata) y, además, más barato. Eso sí, no está traducido al español, y ése puede ser un problema importante si resulta que el Traidor no habla inglés, porque sólo él puede leer las instrucciones del escenario en el libro del Traidor, aunque creo que hay traducciones de ambos libros en internet. 

Crónica de las Máscaras de Nyarlathotep. Rupert en el pasado


Dr. Fowley.

Londres, 20 de Marzo de 1925. Notas sobre el paciente Rupert Nicholls.

El paciente junta las manos y continúa hablando. “…La humedad me estaba matando, sabía que iba a morir, estaba convencido de que era cuestión de tiempo que esas serpientes me encontrasen, pero se lo iba a poner difícil, no me iba a rendir. El hombro izquierdo me ardía, una de las lanzas de los ofidios me había hecho un profundo corte al lado de uno de los mordiscos que antes había recibido. Traté de limpiarme la herida, pero estaba llena de astillas y no logré sacarlas, incluso alguna terminó de partirse, creo que me desmayé del dolor.

No sé cuantas horas pasaron, pero cuando desperté mi herida olía a carne muerta y seguía tirado entre unos matorrales, lleno de barro, ya había amanecido y no parecía que ese fuese a ser mi mejor día, iba a morir.”

Parece distante, rememorando o imaginando, no parece tener claro si ha sido un sueño o una vivencia, se toca el hombro distraído y mira la cicatriz de su mano. “Tenía que salir de ahí, volver al círculo de Yig, tratar de volver a Londres. Anduve somnoliento y febril durante casi una hora, apenas podía pensar y andaba de manera automática… No podía volver, acabarían encontrándome, necesitaba comida, agua… Cambié de rumbo y fui hacia unas montañas distantes y tras unas horas andando seguían igual de distantes, no sé cuantas veces caí al suelo, cuantas bayas recogí para comerme y acabé tirando por miedo a morir. Entonces me encontraron. Esta vez eran humanos, pero no entendía su idioma, arrojé el palo que usé para matar al hombre serpiente y caí de rodillas con los brazos abiertos mostrando sumisión, aunque hubiese querido no me podría haber defendido, eran al menos 3 hombres a caballo bien pertrechados y armados. Desconfiaban de mí, yo iba vestido con los ropajes del hombre serpiente que maté, pero al verme tan mal herido me ataron las manos y me llevaron a su ciudad.” El señor Nicholls parece más calmado en este punto, aún se toca el hombro de vez en cuando y carraspea. “No les gustaba, a los aldeanos, digo. Me llevaron a su fortaleza, los niños y las mujeres me gritaban y di gracias a Dios porque nadie tratase de agredirme, apenas tenía fuerzas para respirar, mucho menos para defenderme.”

El paciente sonríe de manera dolorosa, apesumbrado. “Me llevaron de un sitio a otro, me quitaron mis cosas, hablaban a mi alrededor, discutían… Hasta que un viejo sacerdote me llevó a su templo y allí me cuidaron… No sé cuánto tiempo fue exactamente, 15, quizás 20 días, los primeros días eran confusos, pero me encontraba físicamente perfecto, sus curas y cuidados resultaron extremadamente efectivos, sus ungüentos aliviaban mi cuerpo y lo sanaban mucho más rápido de lo normal; cuando estuve mejor quise comunicarme, contarle al sacerdote y su novicio lo que me había ocurrido, mi encuentro con los hombres serpiente… Pero no me entendía.” En este momento Rupert levanta la vista y me mira fijamente, con los ojos llorosos. “Ese hombre… Me enseñó su idioma, el aquilonio , me dio de comer, me curó… ¿Por qué tanta bondad? Yo era un bárbaro para ellos, podrían haberme dejado morir y sin embargo me trataron como a uno de los suyos.

Tras un par de semanas logré explicarme, contarle a Valannus mi origen, pedirle ayuda. Me sentí mal, lo reconozco, estaba abusando de esta gente, pero quería volver. Se fue a meditarlo, eran poderes antiguos los que me habían traído y mayores poderes me tendrían que devolver a mi lugar. Al día siguiente me planteó tres opciones. Ir al gran templo de Yig, hacerme pasar por un hombre serpiente y tratar de obligar a uno de sus sacerdotes a que me devolviese; ir a Nemedia y estudiar durante años el modo de volver; o marchar al norte, en busca del gran mago Tangrak y pedirle ayuda a él. Tuve que pensarlo mucho, todas tenían un enorme riesgo, pero al final me decanté por el mago. Erastus, el hombre que me encontró, se ofreció a llevarme hasta dicho mago, pero primero quise aprender esas técnicas de curación que el sacerdote aplicó sobre mí, un hechizo que hace que el cuerpo trabaje al máximo para curarte, tardé 3 días, pero ahora sé cómo hacerlo” En cierto modo debo creer al paciente, sin embargo… ¿Qué parte es un delirio? ¿Qué parte es real? He visto cosas… extrañas, sí, pero este viaje a otro mundo está más allá de toda comprensión humana…

“El viaje no fue excesivamente duro, encontramos gente amable incluso una vez abandonamos el reino de Aquilonia y tan sólo vivimos dos momentos tensos, cuando una manada de enormes renos se pusieron en actitud defensiva cuando entramos en sus zonas de cría y cuando un poco más al norte nos encontramos con un horrible ser, un Gnoph-Keh al que logramos esquivar y dejar atrás. La ascensión a la torre del mago, situada en lo alto de una montaña fue dura, e incluso sufrí un violento golpe en un resbalón, pero conseguí llegar arriba, dónde pedí a Erastus que se fuese y me dejase a solas con el mago.

Un terrible Gnoph-Keh

No he estado en un lugar que desafíe más a la mente que aquella torre, el interior era muchísimo más grande de lo que un primer vistazo a la torre podría decirte, mucho más alta y mucho más amenazante, la voz del mago conversó conmigo, preguntándome de dónde venía, porqué merecía su ayuda… Le hablé de mi misión, del señor Matthew, de las bestias de Nyarlathotep, de la secta del Dios de la Lengua Ensangrentada… Nos enfrentamos al mal… A un mal mucho más antiguo que el demonio y mucho más oscuro y funesto, un mal que no conoce rival. Tangrak accedió a llevarme de vuelta, a contactar con 'Umr at-Tawil, el Abridor del Camino, y pedirle que me devolviese a mi tiempo, a cambio me pidió la máscara que Matthew se puso. Tuve que aceptar.” Nicholls permanece cabizbajo unos segundos, respirando hondo. “No estoy orgulloso, sí, he vuelto… Pero maté a un hombre inocente, un doctor escocés, para que mi acompañante pudiese tomar su forma… y… y…” El paciente niega fuertemente, agarrando su cráneo con fuerza. “Lo devoró, sé que lo devoró… Enterré un hacha entre sus omóplatos  tuve que golpearle dos veces, y dejé su cadáver a los pies de Tangrak, me di la vuelta, anduve unos minutos, pero en el fondo de mi corazón sé que lo devoró, sé cómo funciona ese hechizo, Valannus me lo contó, lo usan esos malditos hombres serpiente.

El malvado hechicero Tangrak decide ayudar a Rupert, pero no desinteresadamente

Sé que he vuelto, estoy en Inglaterra, 1925, pero no sé si podré perdonármelo alguna vez.”

Crónica de las Máscaras de Nyarlathotep. Capítulo dos: Londres. Primera sesión: Una serpiente en el Soho.

Londres, domingo 8 de Marzo de 1925.

Tras una travesía algo accidentada por el Atlántico (las tormentas son frecuentes en esta época del año), el Mauretania atraca en el puerto de Southampton a las 12 del mediodía. Puesto que los investigadores habían llevado los coches de Mathew y el Doctor Fowley, apenas tardaron una hora y media en llegar al corazón de la City londinense. Incluso los neoyorquinos quedan impresionados por el tamaño y la majestuosidad de la ciudad del Támesis, indiscutible capital del mundo civilizado.

Londres, la ciudad más grande del mundo
Poco después de llegar, dan con un buen hotel en Victoria Street, convenientemente cerca de Scotland Yard. Una vez instalados, toman un almuerzo tardío en el hotel mientras planean su siguiente paso. Deciden tomar el metro para ir a visitar la Fundación Penhew, sufriendo en sus carnes las elevadas tarifas del suburbano londinense y lo complicado del sistema monetario británico (¿no podrían tener centavos?).

Desgraciadamente, la Fundación cierra los fines de semana, por lo que sólo encuentran una puerta cerrada y sendos letreros indicando los horarios de apertura de las oficinas y de la exposición, siempre de lunes a viernes. Contrariados, deciden probar suerte en The Scoop, la publicación en la que trabaja Mickey Mahoney, el periodista del que les habló Jonah Kensington.

Para su fortuna, el periodista se encuentra en las oficinas de la revista, que resultan ser bastante pequeñas (se diría que Mahoney es el único que trabaja en ella). El irlandés se muestra apenado por la muerte de Jackson Elias y les enseña tres recortes que habían interesado mucho al autor. Uno de ellos hace referencia a un pintor de cuadros grotescos que vive en el Soho, otro a una serie de crímenes conocidos como "los asesinatos egipcios" que han estado teniendo lugar por toda la ciudad, y el tercero, a otras muertes violentas que han estado sucediéndose en el pueblo de Lesser-Edale, en Derbyshire.

Los investigadores deciden repartirse el trabajo: Alfred y Rupert irán a ver al pintor, un tal Miles Shipley; mientras que Rivers y la Dra. Zimmerman irán a Scotland Yard a hablar con el Inspector James Barrington, qeu además de ser el otro contacto londinense de Jackson Elias, resulta ser el responsable de la investigación de los asesinatos egipcios; y el anciano Dr. Fowley decide quedarse en el hotel descansando, en compañía del trastornado O'Connor, que, de todas formas, no es de mucha ayuda con su nueva personalidad de pacífico filólogo.

Alfred y Rupert llegan a la casa de Shipley y convencen a la madre de éste, Berta, para interrumpir el trabajo del pintor haciendo una visita a su estudio, con el pretexto de que quieren comprar una de sus obras. Suben a la buhardilla y allí encuentran al desquiciado escritor, que les muestra sus pinturas. La pequeña exposición pone a prueba la cordura de los investigadores, además de hacerles sospechar que tiene algún tipo de relación siniestra con su, investigación, puesto que una de las pinturas muestra a una bestia que reconocen como el Dios de la Lengua Sangrienta siendo adorada por sus sectarios en una montaña en medio de la savana africana, y otra de ellas, el interior de la mansión de Mathew. Acribillan al pintor a preguntas y éste les dice que tiene ésas visiones en sueños, y que se limita a pintar lo que ve, pero se pone nervioso cuando intentan indagar en cómo empezó a tener esas visiones. Compran el cuadro de la Lengua Sangrienta y siguen con sus preguntas, que la señora Shipley interrumpe sugiriendo a su hijo que les muestre el otro cuadro. El artista parece reticente, pero la anciana y los investigadores insisten, por lo que finalmente cede y hace pasar a sus clientes a un pequeño trastero que se encontraba cerrado con un candado y en el que se encuentra un lienzo tapado con una sábana. Shipley descubre el cuadro, revelando la imagen de un antiguo altar levantado en una pequeña isla en medio de una ciénaga infestada de serpientes. Mientras Rupert y Alfred la miran, la imagen parece cobrar vida, la hierba comienza a mecerse con el viento y las serpientes a moverse lentamente. El dúo trata de fijarse en los detalles, en busca de alguna pista importante, y un instante después se dan cuenta, para su sorpresa y horror de que se encuentran en medio de ese altar, rodeados por un pantano lleno de serpientes, y no hay ni rastro del cuadro ni del trastero en el que estaban. En el suelo reconocen, ahora sí, unos símbolos místicos que hacen referencia a Yig, padre de las serpientes, un antiguo dios adorado por los hombres serpiente que poblaron la tierra milenios antes de la aparición de los humanos.

La isla al otro lado del cuadro de Shipley

Mientras tanto, la Doctora Zimmerman y Rivers visitan al inspector Barrington en Scotland Yard, pero éste, aunque reconoce que Jackson Elias estuvo hablando con él sobre los asesinatos egipcios y le dijo que sospechaba que una secta llamada la Hermandad del Faraón Negro estaba detrás de ellos, se niega a revelar más detalles sobre su investigación, argumentando que es información reservada.

De vuelta en la isla, Alfred y Rupert buscan la forma de salir de la misma con vida. Tras encontrar restos secretos de sangre en las rendijas del altar, el mayordomo decide hacerse un corte en la mano para ver si se produce algún efecto mágico al caer la sangre sobre la piedra, pero no pasa nada. Entonces se le ocurre improvisar una antorcha con su bastón y parte de su chaqueta, para tratar de ahuyentar a las serpientes con el humo mientras cruza el pantano protegiéndose las pantorrillas con las mangas de la chaqueta atadas con sus cordones. Milagrosamente, el plan sale bien, pero al lanzarle el bastón a Alfred para que lo intente él, falla el tiro y el bastón cae al agua. Aun así, Alfred intenta la maniobra de la chaqueta mientras Rupert trata de distraer a las serpientes con un palo desde la otra orilla. Desgraciadamente, el joven escritor no tiene tanta suerte como el mayordomo y es mordido por una serpiente. Su débil organismo no es capaz de resistir el veneno y se desploma antes de llegar a la orilla ante la horrorizada mirada de su compañero, que ve cómo decenas de pequeñas serpientes se abalanzan sobre él.

En Londres, la doctora y el detective regresan al Hotel Victoria, donde les esperan el médico y el mercenario loco. Todos se extrañan de que sus compañeros tarden tanto, pero deciden esperar de momento.

Rupert, ahora solo, decide subir a lo alto de una loma para echar un vistazo. Desde allí ve una ciudad amurallada de piedra, y resuelve encaminarse hacia ella, pero de camino se topa con un caminante solitario que resulta ser un hombre serpiente. Tras el espanto y la sorpresa inicial por ambas partes, se inicia una lucha a garrotazos y dentelladas que acaba con el ofidio con el cráneo partido y el mayordomo robándole todas sus pertenencias antes de volver por donde había venido. Por suerte, no parece haber testigos. De vuelta al pantano, se encuentra con un grupo de hombres serpiente que están sacando el cadáver del pobre Alfred del agua. Al verle, comienzan a perseguirle lanzándole jabalinas y hechizos, pero forzando su cuerpo al límite, logra dejarlos atras.

En el Hotel Victoria, se agota la paciencia y se empieza a temer lo peor, por lo que la doctora y el detective dedicen visitar la casa de Shipley. La anciana trata de engañarlos diciendo que sus amigos se fueron a buscar dinero en efectivo para pagar un cuadro y nunca volvieron, y se niega a abrirles la puerta, pero ante la insistencia y las amenazas del detective, finalmente abre la puerta. Aparece Miles en pijama y su madre trata de convencerlos para que suban a ver el cuadro del desván, pero los investigadores saben que ahí pasa algo raro y de pronto se fijan en que la sombra de Berta Shipley no es la de una anciana, sino la de una bestia con cabeza de serpiente. Rivers desenfunda y la vieja parece intentar hipnotizarle para que dispare a su compañera, pero no tiene éxito. La doctora desenfunda también y ambos abren fuego. Al disparar a la mujer, ésta cobra su verdadera apariencia: la de un hombre serpiente, y ataca a Rivers con una aguja de hacer ganchillo, pero éste la esquiva. Finalmente, la serpiente es abatida y el pintor, que intenta propinar un puñetazo a la doctora por la espalda, recibe un tiro en el estómago. Al interrogar al herido, éste revela que el hombre serpiente, de nombre Ssathasaa, es el que le ha estado proporcionando las visiones que inspiran sus obras. Les cuenta que sus compañeros desaparecieron en el interior de un cuadro e intenta engañarles diciéndoles que la magia de éste sólo funciona gracias a un ritual que hacía Ssathasaa, pero los investigadores se percatan de que miente. En una habitación secreta del sótano, descubren varios libros y redomas, así como restos humanos. Llaman al doctor para que venga a atender al herido, pero la policía llega antes, alertada por los disparos. Junto a los perplejos Bobbies (hay un hombre serpiente muerto en el recibidor) inspeccionan la colección del ático y Rivers fotografía todos los cuadros (salvo el del trastero, puesto que está cerrado). Después, son llevados a comisaría, donde se les interroga y se requisa la pistola a la doctora, que no tiene permiso de armas y tendrá que vérselas con la justicia británica por su infracción.

La mítica comisaría de Scotland Yard. Ya van dos visitas, y sin duda habrá más.
 En la tierra de los hombres serpiente, Rupert se oculta de una nueva partida de caza que han enviado en su busca. Finalmente logra darles esquinazo, pero está cansado, malherido y hambriento. Mientras la noche cae en ese extraño lugar, se pregunta si podrá volver alguna vez al mundo que le vio nacer.



domingo, 14 de octubre de 2012

Minutos musicales


Entre crónica y crónica, aquí va una entrada de ésas que se hacen en dos minutos. Os dejo el vídeo de una canción que me encanta. Está claro que el apartado visual no es su fuerte, y pensándolo bien, tampoco el musical, pero qué pedazo de letra.

 

Y de regalo, otra canción de La Monja Enana, ésta inspirada en un relato de Philip K. Dick (uno de mis escritores preferidos de todos los tiempos) del mismo nombre, y en su novela Los Tres Estigmas de Palmer Eldrich. Para mí, es incluso mejor que la anterior, aunque la versión del vídeo desmerece un poco con respecto a la del disco.


martes, 2 de octubre de 2012

Crónica de las Máscaras de Nyarlathotep. Capítulo uno: Nueva York. Cuarta sesión: Nubes de tormenta sobre Nueva York



Para acabar el primer capítulo, tenemos una crónica de lujo, escrita por la pluma del joven Alfred O'Sullivan (Willy). ¡Gracias!

NUBES DE TORMENTA SOBRE NUEVA YORK (Capítulo Final)[1]
 
Resumen de lo publicado: los Magníficos Jackson-Walker’s, un extraño grupo de expertos unido por el interés del joven filántropo Matthew Jackson-Walker, se encuentran de bruces con el asesinato del autor Jackson Elías, quien investigaba la desaparición de la Expedición Carlyle. Preocupados por los indicios descubiertos en la habitación del señor Elías, comienzan a investigar la procedencia de varias sectas africanas y su arraigo en los Estados Unidos. Tras una visita a la casa del Juju, descubren oscuros secretos que ni siquiera los más sabios doctores conocen, y que desquician al aguerrido Steven Connor. Resueltos a profundizar en el misterio, los compañeros contactan con el editor del Señor Elías y con la hermana del desaparecido y presuntamente fallecido Roger Carlyle. De vuelta en su mansión, Matthew toma una terrible decisión.

Noche del martes 27 de enero / Mañana del miércoles 28 de enero
Las noches de invierno en Nueva York no están hechas para hombres débiles, pero aquel 27 de enero la negrura envolvió no sólo el cielo de la ciudad, sino los corazones de nuestros amigos. Los cuatro que seguían cuerdos recibieron la terrible llamada en cuanto Rupert, mayordomo y hombre de confianza de Matthew, hubo dispuesto todo lo necesario para el traslado del joven al hospital más distinguido de la ciudad y avisado a su familia, y los cuatro sintieron que con la cordura del hombre que les había unido en una misma causa se apagaba también un alma fuerte y dispuesta a enfrentarse a la oscuridad. La máscara, la mil veces maldita máscara, se encontró finalmente en el patio, bajo la ventana de Matthew, donde la había arrojado en su locura; aunque un nuevo temor asomaba en los corazones de todos, el Doctor Fowley volvió a colocar la máscara junto al resto de objetos encontrados en la Casa del Juju, rezando, no por primera, ni última vez, por no tener que usar ninguno de ellos.

No quedaba, pues, sino esperar al día siguiente y al primer diagnóstico de los mejores médicos de la ciudad. Mientras Matthew recibía las atenciones de los herederos de Esculapio, Steven “Bull” Connor, menos afortunado y adinerado, se volvía agresivo; tal vez el atroz destino de su recién conocido amigo le hubiera desestabilizado aún más, y en el interior de su mente nuevas personalidades comenzaron a pugnar por el control de su cuerpo.

Con dos compañeros recluidos en instituciones psiquiátricas, nuevos callejones sin salida y el descubrimiento de las terribles e insondables profundidades de un misterio que se desvelaba peligroso para el cuerpo y la mente, el Doctor Fowley y Rupert se dirigieron a visitar a los enfermos, mientras los restantes Jackson-Walkers’ descansaban y se confortaban como mejor podían. El diagnóstico inicial de Matthew Jackson-Walker, sin embargo, no ofrecía paliativos: la mente parecía rasgada, incapaz de manejar el cuerpo inane del otrora inquieto joven. Incluso los mejores pronósticos no podían asegurar un restablecimiento, siquiera parcial, aunque la fortuna de la familia Jackson-Walker sin duda facilitaría las cosas.  A pesar de las penosas noticias, el Doctor Jackson-Walker, padre de Matthew, mostraba una especial resolución. De carácter fuerte y reservado, aunque condescendiente con su hijo, no parecía acusar el golpe más que con una determinación implacable, sorprendiendo a propios y extraños cuando hizo saber a Rupert y al Doctor Fowley sus deseos: su amigo, y el confidente de su hijo, debían hacer todo cuanto fuera posible para llevar ante la justicia divina a los que habían dirigido a su hijo ante tan cruel destino. La Fundación Jackson-Walker se haría cargo de la investigación, no por el capricho de un filántropo, sino por el deseo de venganza de un padre. Rupert debía unirse a los recientemente apodados Magníficos Jackson-Walkers’ y mantener informado en todo momento a la Fundación, y el buen Doctor Fowley quedaba instituido como líder de la misma, en atención a la amistad que le unía con el Doctor Jackson-Walker y su probada sabiduría.

Al fin aparecía un destello de esperanza en el corazón de los compañeros, que recibieron la noticia de primera mano en la mansión de Matthew, y pronto descubrieron que el apoyo de un hombre poderoso y decidido puede abrir caminos que se consideran imposibles. Tras varios intentos infructuosos, Bradley Grey, abogado de la señorita Erica Carlyle, les comunicó que el interés del Doctor Jackson-Walker y las terribles noticias del destino acaecido al joven Matthew habían hecho cambiar de opinión a su cliente, que aceptaba volver a recibirles dos días después. De la misma forma, los contactos del Doctor Fowley ayudan a obtener el alta de Steven Connor, siempre que el buen Doctor asumiera su tratamiento y la responsabilidad por los actos que pudiera cometer.

Las buenas noticias no paran de llegar, y el Detective Poole telefoneó a la casa, esperando hablar con Matthew, aunque enterado de las últimas novedades, no tardó en mostrar su pesar e informar al grupo de los últimos avances de la policía metropolitana. ¡Mukunga había sido localizado! Tras varios días de vigilancia, los hombres de Poole habían dado con el piso que utiliza el supuesto sacerdote y sus sicarios, y estaban dispuestos para la redada; aunque inicialmente reticente, Poole admite a los compañeros en el grupo encargado del asalto al fortín de los sectarios, y el ánimo de los aventureros se refuerza.

Con el sol comenzando ya a caer, y tras un día de éxitos, a pesar de la tristeza, el Doctor Fowley consigue una entrevista con Steven Connor, aunque se encuentra con un hombre muy distinto al aguerrido exsoldado. Allan Shepard, profesor de filología, da la bienvenida al Doctor Fowley y le pregunta por los motivos de su internamiento en una institución; para el Doctor, sin embargo, el que habla es un desquiciado Connor, con un falso acento bostoniano y la locura asomando a sus ojos. Tras una conversación que dura varias horas, y con la ayuda de un antiguo camarada de “Bull” Connor, el Doctor consigue que regrese a su ser, y firma los papeles necesarios para el alta de su compañero, al que recluye en la mansión de Matthew Jackson-Walker, en la que espera poder tratarle y recuperar a un buen hombre para la causa. Con Connor a buen recaudo y rodeado de varios guardaespaldas, el grupo decide volver a sus hogares, y prepararse para el enfrentamiento con Mukunga.

Jueves 29 de enero
Una vez reunidos en la mansión de Matthew, los Jackson-Walker’s reciben la llamada que tanto deseaban: el detective Poole les convoca en Harlem, para la redada que pondrá fin a la pesadilla. Un barrio desierto les recibe; los policías no son bienvenidos, pero nadie quiere pelea. La casa, vieja y sucia, no se distingue de las que la rodean más que por la oscura presencia que parece rodearla, al menos a ojos de los investigadores. Nerviosos, conocedores de lo que se encontró en la Casa del Juju y lo que puede esconderse en el cuartel general de Mukunga, policías y civiles suben con precaución, tramo tras tramo de escaleras, hasta llegar a la puerta del Tercero D, piso franco de Mukunga. Tras varios intentos de llamar la atención de los habitantes, la policía toma la decisión de entrar por la fuerza, y la puerta del apartamento cae derribada, levantando una polvareda. Cuando el polvo se aposenta, sin embargo, lejos de las terribles criaturas que todos pensaban encontrar el grupo de asalto descubre… nada.

El piso aparece vacío casi por completo, tan solo un escaso mobiliario y algunos utensilios de cocina adornan el desastrado lugar, y no se escuchan ruidos ni señales de vida. Una segunda puerta, sin embargo, se encuentra cerrada y ominosa, y hacia ella se dirigen los policías. Más allá, un nuevo terror a añadir a lo ya vivido espera a los incautos, y un estremecimiento recorre a Rivers cuando reconoce al hombre que encuentran, desmadejado sobre una silla y visiblemente torturado hasta la muerte, como el detective de la Agencia Continental que había desaparecido días atrás mientras investigaba a Mukunga. Aparece rodeado por extraños signos, que recorren paredes, suelo y techo y hacen que los corazones se encojan; sin duda, se trata de algún tipo de magia negra, de propósito desconocido pero seguramente letal.

No tardan en descubrir lo que Mukunga había dejado esperando para ellos en su fortaleza cuando el presuntamente difunto detective se abalanza sobre uno de los policías y le desgarra el cuello a mordiscos, mientras el detective, sus compañeros y los Jackson-Walker’s contemplan el espectáculo con el estómago en la garganta. Finalmente consiguen reponerse, excepto el joven Alfred O’Sullivan que huye de la habitación, espantado, escaleras abajo, y tras varias salvas de sus armas reglamentarias los policías consiguen abatir al caníbal rabioso en que se había convertido el detective. Con una nueva baja que añadir a la larga lista de hombres que han dado su vida por la ciudad de Nueva York, los supervivientes registran el piso e interrogan a los vecinos, pero no hay pistas ni indicios de a donde ha podido ir Mukunga por ningún lado.

Nadie lo quiere decir en voz alta, pero la desaparición de Mukunga pone toda la investigación en peligro. Con el principal sospechoso y líder de la secta en paradero desconocido, no hay un objetivo claro, ni para la investigación privada ni para la policía, y han perdido la iniciativa. Poole y los suyos se retiran a lamerse las heridas y a rellenar la sempiterna burocracia, mientras que el grupo de civiles, por su parte, regresa a la mansión de Matthew con las manos vacías y un nuevo peso sobre su conciencia. Lo que se encuentran en la mansión no es nada halagüeño, y una vez más parece que el destino se pone en su contra y ni la divina providencia parece auxiliarles en su causa; Steven Connor, al que habían dejado atrás para evitarle nuevas experiencias que lo arrastraran aún más a la perdición, ha desarrollado una nueva personalidad, un agresivo hombre de acción que piensa únicamente en su supervivencia, y que noquea a uno de sus guardianes antes de ser reducido.

Con Steven Connor recluido en una habitación y sin un camino a seguir, el detective Rivers, el Doctor Fowley, la Doctora Zimmerman y el joven Alfred se reúnen hasta la noche en la mansión, junto al mayordomo Rupert, que se ha hecho hueco en el grupo y comienza a tomar conocimiento de los atroces descubrimientos, tratando de elaborar un nuevo plan que les permita desenmascarar a Mukunga y llevarlo ante la justicia, a sabiendas de que el 20 de febrero deben partir hacia Londres a bordo del Mauritania. Para cuando se hace de noche en el exterior, sin embargo, ninguno de los compañeros tiene una idea clara de los posibles pasos a dar, por lo que deciden esperar al encuentro con Erica Carlyle, al día siguiente, y mientras pasar la noche juntos, para que Mukunga y los suyos no puedan cazarles uno a uno. La Mansión del enloquecido Matthew Jackson-Walker se convierte así en un faro de esperanza en medio de la noche, un adecuado homenaje a su desgraciado amigo, y en una fortaleza que no tarda en verse sometida a las más terribles pruebas.

Efectivamente, los peores temores de nuestros héroes no tardan en hacerse realidad, y el asedio no tarda en comenzar, en cuanto la noche es lo suficientemente oscura como para ocultar a los atacantes de miradas indiscretas. Figuras encapuchadas pululan por el jardín, buscando una vía de entrada, mientras la Doctora Zimmerman, el Doctor Fowley, el detective Rivers y Rupert, que se ha hecho con la escopeta de caza de Matthew y parece decidido a convertirla en instrumento de su venganza, disparan al bulto, tratando de atisbar algo en la negrura. Con la noche iluminada únicamente por la luz del gran salón y los fogonazos de las descargas de armas de fuego, los intrépidos Jackson-Walker’s se disponen a vender cara su piel.

Pero por cada figura que derriban, dos más ocupan su lugar, y no tardan en tirar abajo la puerta de la mansión y derribar al guardaespaldas del Doctor Fowley, hiriendo a Rivers y Rupert, mientras el joven Alfred, único miembro del grupo que parece no haber disparado un arma en su vida, se apresura a la segunda planta para proteger los objetos hallados en la Casa del Juju, temiéndose lo peor. La intuición no le falla, y nada más llegar a la antigua habitación de Matthew, oye un ruido de cristales rotos que le pone los pelos de punta; a toda prisa, y con la voluminosa caja en las manos, avisa al guardaespaldas restante, encargado de la custodia del enloquecido Connor, y éste se dirige, valiente, a dar una calurosa bienvenida, a base de plomo, a los cultistas que intenten tomar el camino más corto hasta la máscara y el resto de atavíos. Alfred, con la caja a cuestas y el flash de la cámara de Rivers como único arma, se encuentra a solas con “Bull” Connor, o más bien con la segunda de sus personalidades, el superviviente nato, mientras se suceden los disparos y los gritos, en la primera planta, en la segunda, en el jardín, por todos lados. Sin nadie para vigilarle más que el enclenque estudiante, la enfervorecida cacofonía parece hacer enloquecer aún más al loco Connor, que decide huir por el camino más corto y que implica menos riesgos: la gran sala del segundo piso.

Pero sus planes se ven trastocados cuando un nuevo enemigo se une al asedio. Con un chillido espeluznante, una criatura alada, con cuerpo de serpiente y ánimo malicioso, estampa su cuerpo contra la pared de la mansión y atraviesa los ventanales del segundo piso, atrapando al guardaespaldas, que se creía a salvo tras rechazar a los cultistas. Con un crujido estremecedor, las mandíbulas se cierran y Connor ve como el cuerpo del hombre cae partido por la mitad, mientras su líquido vital gotea de las mandíbulas entreabiertas de la demoniaca figura. Una vez más, su psique se ve fragmentada en mil pedazos, y la locura se adueña de su cuerpo febril, que huye hacia su habitación. 

El horror alado sobrevuela la casa
 
Sin enemigos a la vista, la criatura comienza un nuevo asalto, esta vez al piso inferior, donde Rupert, el Doctor Fowley, Rivers y la Doctora Zimmerman han dado buena cuenta de los cultistas, aunque no sin sufrir graves heridas. Conscientes del peligro que les acecha, y de que el centro de todos los males que acosan la imponente mansión es el temido Mukunga, los Jackson-Walker’s deciden separarse y dar caza al sacerdote, mientras un pequeño grupo mantiene a la criatura a raya. Así, Alfred O’Sullivan y la Doctora Zimmerman salen de la casa con los objetos rituales, seguidos a una prudente distancia por Rivers, mientras Rupert y el Doctor Fowley consiguen evitar los embites de la criatura e incluso dañarla, gracias a la potencia de la escopeta de Matthew, diseñada para matar elefantes y que parece ser el único arma capaz de hacer algo más que cosquillas a la enorme sierpe alada.

Una vez más, la intuición de los heroicos amigos es acertada, y apenas cruzan la gran puerta enrejada que da acceso a la mansión de Matthew Jackson-Walker desde la calle se ven frente a frente con una terrible figura, de la que emana un peligro y una oscuridad que les hace pararse en seco. El sacerdote por fin ha salido de su escondrijo, y con intenciones perversas señala con una larga hoja la caja que porta el joven Alfred, dejando claro su deseo y las consecuencias de no cumplirlo. Pero no cuenta con la astucia de la pareja de estudiosos, y mientras O’Sullivan deposita la caja a medio camino, obligando a Mukunga a acercarse a un lugar más iluminado, la Doctora abre fuego contra él. Desconcertado, el hechicero no reacciona a tiempo, y pronto el detective Rivers se une a la lluvia de fuego que cae sobre él.

En un futil intento por salvar la vida, Mukunga hace uso de sus oscuros poderes y atrapa a Rivers en un trance demoniaco, que merma sus fuerzas y aprieta su pecho como si una mano cogiera con fuerza su corazón y tratara de arrancarlo de su lugar. Al mismo tiempo, la criatura alada que tenía a Fowley y Rupert contra las cuerdas siente el peligro que acecha a su amo y señor, y abandona la caza para abalanzarse sobre el trío de aventureros que se enfrentan al negro sacerdote. Afortunadamente para Rivers, que se ve inmovilizado por la magia del nigromante mientras la criatura le atrapa con un mordisco letal, el Doctor Fowley y Rupert han seguido el funesto vuelo de la sierpe y llegan a tiempo de despacharla con el último disparo de la escopeta. Con el grito de agonía del demonio alado, mueren también las esperanzas de Mukunga y se da cumplida venganza a Matthew Jackson-Walker, quien aunque inconsciente y atrapado en una habitación acolchada, ha guiado con mano firme los disparos de Rupert, al menos en espíritu.

Derrotado, y con las sirenas de la policía anunciando su inminente cautiverio, Mukunga trata de huir, pero el Doctor Fowley le derriba con un acertado disparo, antes de que también su arma anuncie que ha disparado la última bala de la noche. La policía llega al lugar de los hechos, pues, a tiempo para ver morir a la negra amenaza que había puesto en entredicho su habitual eficacia, y para contemplar como su banda de mezquinos mestizos ha quedado destruida para siempre por los valientes actos de un pequeño grupo de irreductibles héroes ciudadanos.

Satisfechos, los victoriosos Jackson-Walker’s contemplan los destrozos ocasionados, símbolo de la derrota del oscuro mal que les había perseguido durante semanas, con una mezcla de alivio y expectación. Ahora saben que sea lo que sea que se encuentre tras los asesinatos rituales y los extraños hechizos, puede ser derrotado por meros mortales, si las fuerzas y la voluntad no flaquean. Pero también saben que los enemigos que tienen enfrente, por ahora envueltos en sombras y misterios, cuentan con armas y aliados que van más allá de la comprensión humana; derrotarles no será fácil, y será necesario algo más que armas de fuego y devoción cristiana.

Conscientes de que los documentos del desaparecido Roger Carlyle pueden arrojar luz sobre la naturaleza de la amenaza a la que se enfrentan, la entrevista con la señorita Erica Carlyle cobra renovada importancia. Con la mente puesta en el encuentro y en todo lo sucedido, los intrépidos aventureros por fin pueden descansar tranquilos, a sabiendas de que por una noche, no hay enemigos que puedan hacerles daño.

Viernes 30 de enero
Un nuevo día comienza en la ciudad de Nueva York, donde la mayor parte de los ciudadanos despiertan ajenos al pequeño grupo de hombres y mujeres que les han salvado de un destino peor que la muerte. Éstos, a su vez, disfrutan por primera vez en lo que parece una eternidad de un amanecer tranquilo, y de un sabroso desayuno en el hotel en el que finalmente han pasado la noche. Se sienten invulnerables, y el optimismo preside la mesa.

En cuanto terminan, ávidos, con la comida, deciden ponerse en marcha. La señorita Erica Carlyle les espera, y de esa reunión dependen buena parte de sus futuras aventuras. Tras las presentaciones de rigor, puesto que en la anterior visita tan solo Matthew se había reunido con la rica heredera, Alfred y la Doctora Zimmerman pusieron a la joven al corriente de lo sucedido, hasta el ataque sufrido la noche anterior. Al escuchar el triste destino de Matthew, la encantadora Erica pareció enternecerse, y conminó a los compañeros a hacerle llegar todas las noticias sobre el joven filántropo, buenas o malas. Sin duda, había esperado con interés la futura cena con el hijo del conocido Doctor Jackson-Walker, y la esperanza es una fuerza poderosa.

Cuando la conversación retornó a los derroteros conocidos, la desaparición de su hermano Roger y las notas que Jackson Elías había desenterrado, desapareció todo signo de confianza y compasión del rostro de Erica, sin embargo. El recuerdo todavía dolía demasiado, y no fue sino hasta que Alfred rogó y prometió venganza, noticias y un digno final a la desdichada historia de su hermano que la joven admitió tener en su poder varios de los tomos consultados por su hermano, y los ofreció al grupo. Así y todo, la familia Carlyle no se había hecho rica regalando sus tesoros, y los investigadores tuvieron que pagarle dos mil dólares procedentes del patrimonio del malogrado Mathew para que Erica Carlyle llevara al grupo hasta la biblioteca de la familia. Una vez allí sacó los terribles libros que había heredado de su hermano de la caja fuerte en que permanecían guardados, esperando a los incautos que se atrevieran a profundizar en los negros misterios abisales que contenían.

Con el nuevo cargamento bajo el brazo, un hatillo de libros antiguos y de contenido sin lugar a dudas tenebroso, a los Jackson-Walker’s no les quedaba sino esperar, ansiosos, la partida del Mauritania, que los llevaría más allá del Atlántico hacia misterios y peligros que jamás hubieran podido prever.

Pero eso, amigos, es otra historia, y será contada en otro momento. Con la ciudad de Nueva York a salvo, la primera etapa en la gloriosa historia de los Magníficos Jackson-Walker’s llega a su fin.




[1] Relato publicado originalmente en Terror Tales Nº4 (1934), bajo pseudónimo, basado según la publicación original en los cuadernos hallados en la buhardilla de una casa de Santa Fe.