martes, 15 de julio de 2014

Crónica: Capítulo 5: Australia: Sesión 5: La ciudad bajo la arena



Extracto del cuaderno de viaje de Michael Bishop

Nunca me ha gustado dejar atrás los cadáveres de mis compañeros muertos, conozco demasiadas tumbas vacías de compañeros caídos en la Gran Guerra. Sin embargo entre perder más compañeros o intentar recuperar unos cadáveres la elección era obvia. Descansad en paz Dodge y Carolyn.

Me hubiese gustado quedarme allí, investigar la zona mientras espero a que mis compañeros dejen a Rivers en el hospital, pero no era la mejor de las ideas, últimamente me muevo más por la sed de acabar con esto que por la razón. Así pues emprendimos la vuelta a Port Hedland con el moribundo Owen en la parte de atrás de uno de los camiones. Sin embargo estábamos siendo vigilados, estoy completamente seguro de que esas columnas de humo son un complicado sistema de advertencias sobre nuestra posición, pues pocas horas después de ver algunas un extraño fuego nos rodeó y si no llega a ser por unas arriesgadas maniobras no habríamos conseguido salir vivos de ahí, sin embargo perdimos uno de los camiones y los suministros que ahí teníamos, tuvimos que racionar la comida y el agua hasta que llegamos a Cundudgerie sin más percances.

Una vez allí tuvimos un pequeño percance dialéctico con un par de personajes en una gasolinera que resultaron ser conocidos de Dodge. Tras dejar a Rivers en el hospital de Port Hedland volvimos a Cundudgerie a buscar a la pareja de entrometidos, el Dr. Cowles y su hija, Ewa. Al parecer ambos buscaban la misma ciudad que nosotros y culpaban a Dodge de haber robado el mapa que nos dejó para llegar a las ruinas. Algo dentro de mí no quería ir a esa ciudad perdida, pero las ansias de acabar con estas sectas eran superiores. Tras comprar el equipo necesario partimos hacia la ciudad perdida no sin antes extremar las precauciones, no me siento seguro, y empeora según nos acercamos a la ciudad. Por la noche extrañas pesadillas me asaltan, sueños sobre lugares en los que nunca he estado, lugares que no han sido levantados por el hombre.

Por suerte esta vez solo sufrimos un ataque fortuito de una pequeña serpiente antes de llegar al campamento de Grogan. Allí se me ocurrió otear el terreno desde lo alto de una colina mientras mis compañeros esperaban, pero tras incontables horas vagando por la colina no conseguí ver nada salvo el lugar de la emboscada, que seguía igual excepto que ya no estaban los cadáveres…

Decidimos dar un rodeo para llegar al lugar donde debería estar la ciudad, a un par de horas de sus supuestas coordenadas conseguí ver con los prismáticos la localización de la entrada, entonces sentí algo que nunca había sentido. No sé cuánto tiempo pasó, pero sé que había estado allí, en esa ciudad, el lugar de mis pesadillas era el lugar al que ahora íbamos, una ciudad que no era humana sino de la Gran Raza, que fue arrasada por su peor enemigo, los pólipos voladores. Cuando volví en mi todos me miraban extrañados mientras yo respiraba fuertemente, les conté algo, les dije que efectivamente allí estaba la ciudad, pero no quise profundizar mucho más. Detectamos varios enemigos en la entrada y nos enfrentamos a ellos como un equipo, disparamos sobre ellos y fueron cayendo uno a uno, sin embargo tuvimos algunos problemas y me vi obligado a usar mis… ¿poderes? Desde luego no son un don, puedo sentir como rompo la mente de esa gente hasta que no son más que seres sin voluntad dispuestos a obedecerme.

Tras doblegar a los guardias nos internamos en la ciudad. Nadie estaba preparado para ver aquel lugar. Iluminado por pequeñas líneas de bombillas la arquitectura de aquel lugar era monstruosa, salas más allá de lo humanamente comprensible, pero solo yo era capaz de apreciarlo en su grandeza.

Para evitar a los sectarios que sin duda transitarían la zona iluminada por el tendido eléctrico, nos adentramos por las laberínticas calles oscuras de la ciudad, a través de las cuales tuve que guiar a mis compañeros, ya que era el único capaz de ver en aquella oscuridad casi absoluta, sirviéndome de los dones que me concediera mi señora Bastet.

Durante las horas que vagamos en la oscuridad  por lo que antes había sido la ciudad de la Gran Raza, sufrí continuas alucinaciones ¿flashbacks? La idea de que yo ya había estado allí era cada vez más intensa, menos irreal.

En un momento dado nos topamos con una enorme trampilla abierta que cortaba el paso. Aterrado, reconocí la arquitectura que nos rodeaba: ésta no era una construcción de los yithianos, sino una de las terribles torres de basalto sin ventanas de los pólipos volantes. Sabía muy bien los horrores que acechaban allá abajo, así que había que cerrarla cuanto antes. Tras un par de intentos fallidos, logramos cerrarla con gran esfuerzo, y asegurar sus cerraduras justo cuando una brisa antinatural empezaba a filtrarse entre los resquicios.

En vista de la inmensidad de la ciudad y de los peligros que acechaban en sus zonas inexploradas, decidí volver al tendido. Caminamos kilómetros, pasando de largo varios generadores y cruzando dos enormes plazas  cuyas cúpulas emitían un brillo de origen desconocido (¡y el suelo de una de ellas resultó ser la piel de un horror descomunal que dormía bajo la ciudad!).

La extraña arma alienígena

Finalmente, conseguimos encontrar a un hombre aislado, un técnico encargado del mantenimiento de las bombillas, volví a doblegar su mente, nos indicó donde estaba el Dr. Huston, le quité una extraña arma y tras tratar de apagar la luz desactivando uno de los generadores eléctricos sin éxito.
El doctor Robert Huston
Nos internamos en una casa construida por el hombre en medio de la enorme ciudad. Ahí debía de estar Huston. La planta baja parecía completamente vacía. Sabíamos, por lo que había dicho el técnico, que en la primera era donde retenían a sus prisioneros, y no queríamos que alertaran a Huston con sus gritos. Por tanto, dado que las escaleras eran exteriores, decidimos subir directamente hasta la segunda planta. Tratamos de abrir la puerta, pero estaba cerrada, y un hombre empezó a entonar un cántico al otro lado. Entramos disparando, pero Huston respondió disparando un poderoso rayo con un arma similar a la que conseguí anteriormente contra el coronel, haciéndole estallar en pedazos e incluso controló mi cuerpo antes de que Cowles le disparase en el pecho dejándole inconsciente. Registramos sus pertenencias donde encontramos un cronómetro náutico y las notas del desquiciado psiquiatra, y liberamos un buen puñado de prisioneros de la primera planta. Dejé que mis compañeros se adelantasen y ejecuté a ese bastardo. No me enorgullece matar a hombres indefensos, pero el mundo es un lugar mejor y más seguro sin ese tarado.

Antes de salir de la ciudad de la Gran Raza un enorme ser se cruzó en nuestro camino, entonces miles de imágenes vinieron a mi cabeza, esos seres destruyeron una raza miles de veces superior a la humana, ¿qué podíamos hacer nosotros contra esos seres? Mis piernas me fallaron, caí de rodillas inerte, sin poder hacer nada, por suerte Ewa empuñaba el lanzador de rayos con el que Huston diera muerte al coronel, y de un poderoso disparo acabó con el pólipo.
El pólipo volante

Conseguimos huir, Huston está muerto, su secta rota… Es hora de recuperarse e ir a Shanghái a acabar de una vez por toda con los líderes del complot: los supervivientes de la expedición Carlyle.

No hay comentarios:

Publicar un comentario